5: Estelio Veleth.

Relatado por Lilioshka Leliv a las 19:30 0 symbelmynë
“Ahora yacen marchitas las hojas del abeto, y una por una suspirando caen las hojas de las hayas, oscilando en el bosque de invierno.”


“Encuéntrame en los muelles.”

Estiré ambos brazos, no conseguí ver mis dedos a través de la niebla. No hacía frío, aún cuando sentía mi cuerpo húmedo y fresco. No había nada más allá. Sólo llegaban hasta mí el sonido de las olas, el olor a sal y aquella voz masculina, débil, quebrada.

“Encuéntrame en los muelles, antes de partir a la muerte.”

Una luz azulada comenzó a disipar la neblina. Vi la orilla del mar, delgada  y gris. Caminé con paso torpe hacia ella, pero siempre se veía igual de lejana. A lo lejos, la sombra de un muelle. Y una silueta de pie, inmóvil.

“Encuéntrame.”

Intenté correr, pero tropecé. La luz desapareció, y se llevó consigo todo lo demás. Desperté en mi habitación verde, con la frente sudorosa e inquieta, y con la voz aún resonando con el poder de mil yunques en mi cabeza. Me levanté de la cama y poner los pies descalzos sobre el suelo frío me sirvió para despejar la mente y repasar los últimos sucesos.

Habían pasado ya varios días desde mi audiencia ante el rey Thranduil, y el asunto acerca de Dol Guldur no se había vuelto a mencionar. Y eso, debo reconocerlo, se debía principalmente a mi reticencia a recordar lo sucedido, no porque así lo quisiera, no por lo menos de forma conciente. Estaba segura de que en las profundidades del Averno, donde mi alma se vuelve tortuosa, laberíntica y llena de manías, yo me revolcaba en el dolor como lo haría un cerdo en el barro, y repasaba con meticulosidad cada segundo de sufrimiento. Pero como verán, estamos hablando de una perforación bastante honda en las capas de mi persona, un rincón no aceptado por quien les escribe, y claramente, no tendría por qué saber yo que demonios me estaba ocurriendo y por qué no podía obtener ni siquiera un solo recuerdo de mi aventura en la Torre del Nigromante. Oh, por Eru… ¿alguien entiende de qué diablos estoy hablando? Lo único que sé, es que he usado las palabras “Eru” y “diablos” en una misma oración más de lo que puedo permitirme. Blasfemia total. En fin, continuemos.

Una semana había transcurrido – o eso creo – desde que desperté bajo los cuidados de Lairel, y supe que era lo que había ocurrido en nuestro accidentado trayecto. A medias, sí, gracias a  todo ese escándalo de mi Averno personal – o Udûn, para no cambiar tan drásticamente de mitología - , pero por lo menos había alcanzado a comprender a lo que me estaba exponiendo. Sin embargo, eso no me preocupaba tanto como otro descubrimiento que realicé ese mismo día. Algo que mi Guardiana había sabido ocultarme muy bien.

¿Cómo se supone que luce un elfo cuando está enamorado? Primero que todo, ¿los elfos se enamoran? No, no es que yo piense lo contrario, pero el término “enamoramiento” me parece demasiado mundano para ellos. Es impensable el hecho de que sientan el amor de la misma forma en que lo sienten las personas como yo,  simplemente porque a diferencia de nosotros, ellos comprenden que han sido creados por el Amor en su máxima expresión y viven por, para y con él.  En mi mundo  podríamos decir lo mismo, pero hemos cometido el lamentable error de creer que la destrucción es mucho más satisfactoria,  y el amor no parece más que una ilusión que nos hace romper en llanto cada vez que lo vemos en las películas o lo leemos en los libros. Nos hemos contentado con lo fugaz, con lo pasajero, y por eso jamás podríamos sentirnos completos y felices sumergiéndonos en la eternidad de amar algo o a alguien. Eso es precisamente lo que un elfo hace, no solamente por una decisión personal, si no porque es su naturaleza el sentir tan profunda y largamente, como profunda y larga es su vida en esta tierra y en la otra.  ¿Por qué me pregunto esto ahora? Muy rara vez he pensado en las expresiones de amor élficas, y eso es porque para las otras razas, son señales que pasan desapercibidas, como si en definitiva, no existieran. Hasta se podría pensar que los elfos son seres andróginos y totalmente desinteresados respecto al tema, pero si se convive con ellos lo suficiente, uno podrá darse cuenta de cuán equivocadas son esas elucubraciones, y que el desinterés es en realidad una capacidad de amar muy superior a la que consideramos habitual.

Y no es que mi tiempo conviviendo con elfos fuese el suficiente, pero mi conexión con Merilnen resultó lo bastante estrecha como para darme cuenta casi al vuelo que desde hace mucho tiempo guardaba sentimientos poderosos en su interior, dirigidos única y exclusivamente al Príncipe del Bosque: Legolas Hojaverde.  

Yo quería realizar una investigación. Sí, soy una persona curiosa, y las historias de amor me fascinan. Yo sabía que la historia de Merilnen tenía mucho de aquello, sobre todo mirándola a los ojos, esos ojos súbitamente tiernos y luminosos, y también llenos de nostalgia. ¿Qué habría pasado entre ellos dos? Yo necesitaba saberlo… 

Había pasado todos estos días tratando de entablar una conversación al respecto con mi guardiana, pero ella se mostraba un poco ausente.  Un día después de la llegada de Legolas, partió con un pequeño grupo de arqueros a rastrear la zona por si hallaban alguna manada de huargos deambulando, y cuando volvió (sin éxito, no habían encontrado nada), me visitó un par de veces, explicando que no podía verme muy seguido porque habían ciertas cosas que tenía que hacer, y eran una prioridad. Me pregunté si esas “ciertas cosas” tenían que ver con lo ocurrido en Dol Guldur, reuniones con el Rey del Bosque o incluso asuntos relacionados con la Dama de Lothlórien, pero no tardé en darme cuenta de que estaba totalmente equivocada.

Una mañana, la encontré sentada junto a una pequeña cascada escondida tras una muralla de robles, y su postura acongojada hizo que el pecho me doliera más fuerte que nunca. De modo que, ella había estado allí todos esos días luego de volver del “intento de cacería”. Allí, solitaria, dejando que la pena la consumiera. Eso era todo lo que yo conseguía ver, y lo que a mí me interesaba era precisamente lo que pasaba desapercibido ante mis ojos. 

Una ramita crujió bajo mis pies, y la cabellera de Merilnen ondeó suavemente hacia un lado, haciendo que su rostro quedara visible y observara directamente hacia donde yo me encontraba. Se quedó así por unos segundos, me sonrió con dulzura – sabiendo que era yo quien la espiaba, por supuesto -, e hizo un gesto para que me acercara. Al llegar donde estaba ella, pude ver que sus ojos no contenían ni una sola lágrima. Era una pena profunda, entonces…

Me senté a su lado, en una de las rocas que rodeaban la cascada. Quise decirle algo, lo que fuese, pero ninguna palabra salió de mi boca. En ese instante, toda palabra parecía prohibida, un insulto a la tristeza muda de Merilnen, pero mi curiosidad era gigante, quizás aún más avasalladora que mi empatía hacia ella, y pensé en todas esas preguntas que se iban acumulando como avalancha en mi mente. Ella sonrió levemente, adivinando mis intenciones, y tomó mi mano derecha con firmeza. Yo me sonrojé de inmediato, sintiendo vergüenza de todas las dudas que lograban reflejarse en mi rostro.

- Lo siento, yo… -balbucee, pero ella me interrumpió.

- Tranquila. Sabía que no tardarías en venir y descubrir mi ingenuo engaño.

Permanecimos en silencio un buen rato, ella con la mirada perdida en el agua que caía por la cascada, y yo mordiéndome la lengua para no decir nada incómodo. Finalmente, no pude aguantarme.

- Merilnen – al pronunciar su nombre, me arrepentí de lo que preguntaría después -. ¿Cómo… cómo conociste a Legolas?

- Larga historia, y sobre todo, muy antigua. – me respondió ella, soltando una breve risa que pasó como brisa tibia rozando mi rostro. La miré inquisitivamente, y ella rió aún más.- Es un alivio tenerte aquí, pequeña, haces que todo parezca más simple.

- ¿Y eso debería bastarme? – solté, demostrando mi relajo ante su reacción.

- No, pero no pienses que te haré un relato exhaustivo, para eso tenemos a Nimloth, y lamentablemente no está con nosotras.

- ¿Ella sabe? – mi curiosidad no tenía límites, y esperaba que en alguna ocasión, Nimloth me contase su versión de las cosas… si es que no se había marchado a los Puertos.

- Es mi hermana, es justo que lo sepa, ¿no? – fue toda su respuesta, y yo crucé los brazos, esperando más. – Está bien. ¿Cómo lo conocí? Fue una noche, en Rivendel, hace muchos inviernos atrás. Yo me encontraba en el Salón de los Relatos, junto al fuego, escuchando La Canción de Fíriel en la hermosa voz de la dama Arwen; él entró en silencio, y se sentó junto a mí, para escucharla también…

~

Ilu Ilúvatar en káre eldain a fírimoin
Ar antaróta mannar Valion: númessier.
(…)
En kárielto eldain Isil , hildin Úr-anar…
(…)
Man táre antáva nin Ilúvatar, Ilúvatar
Enyáre tar i tyel, ire Anarinya queluva? (1)



Fue entonces cuando, sin haberse visto nunca antes en sus vidas, se miraron y supieron que se conocían, y que el mundo era joven y bello todavía para ellos. Allí, en las penumbras del salón, solamente iluminados por la cálida lumbre, se reconocieron, un Elfo del Bosque, y una descendiente de la Última Casa al Este del Mar, y sus almas se conectaron, y brillaron más que el ithildin en las noches de luna llena. Así fue como Legolas del Bosque Negro y Merilnen de los Sindar intercambiaron sus votos bajo un estricto y sagrado secreto…

~

No necesité que Merilnen me dijera demasiado. Todo ocurrió en mi cabeza tal cual como había pasado: sencillo, intenso y maravilloso. Sentí como se desbordaba una lágrima de uno de mis ojos, y me apresuré en secarla. No podía quitarme la imagen de ambos elfos percibiéndose por vez primera, sentados bajo un techo de cantos y relatos, mientras las estrellas de Varda brillaban con fuerza mucho más arriba y nada se escapaba de los designios de Ilúvatar.

- Pero, si todo iba tan bien… ¿qué ocurrió?

- ¿Quién te dijo que las cosas iban bien? Podrían haber sido así, pero Eru compuso una melodía diferente para ambos – Ella se quedó un momento mirando el agua de la cascada caer, y yo respeté su silencio, sabiendo lo dificultoso que resultaba hablar de algo así. Parecía que no despegaría nunca los labios, y cuando lo hizo, me estremecí ante su dolor.- Cuando nos conocimos, yo aún vivía en Rivendel junto a mis padres, Carnistir y Elena. Al igual que tú, creía que los designios de Eru estaban completamente revelados y que Legolas y yo pasaríamos las edades del mundo juntos. Pero la eternidad es cosa seria, ¿sabes? Y ya los Elfos estaban cansados de llevarla a cuestas, lo que significó un gran peregrinaje hacia los Puertos. De vez en cuando, pequeños grupos realizan este último viaje, pero nada se le pudo comparar a esa ocasión. Rivendel nunca volvió a ser lo mismo, y yo tampoco, puesto que mis padres eligieron marchar para no volver jamás. Esto que tengo aquí – me mostró el colgante de piedra azul que llevaba al cuello – fue un regalo de ellos antes de decirme hasta pronto. Es una merilnen, una “rosa de agua”, llamada así porque brota en algunos arroyos del valle de Imladris. Es difícil de encontrar, y más aún verla florecer. Quizás algún día tenga la oportunidad de mostrártelo.

Miré la merilnen con mucha atención, sin captar nada fuera de lo común en aquella gema acuática y sencilla. ¿Qué significaría verla “florecer”? Cuando imaginé a Merilnen tiempo atrás, allá en la otra Tierra Media, nunca pensé en aquel detalle. Existían tantas cosas que había pasado por alto, incluido todo este asunto con Legolas…  Mi Guardiana continuó el relato, luego de una pausa.

- Yo, siendo tan joven, no comprendí en primera instancia por qué decidieron irse y dejarme atrás. Aunque no lo creas, sufrí, y mucho. Después de acompañarlos a los Puertos Grises, enfermé y todos pensaron que seguiría debilitándome hasta morir. Ni siquiera lo que comenzaba a sentir por Legolas pudo ayudarme con el vacío que se estaba apoderando de mí. Ahora entiendo que ellos nunca me abandonaron realmente, pero en ese entonces no pensaba lo mismo. Valinor es un regalo, y a la vez un sacrificio… que no estoy dispuesta a asumir todavía. ¿Y cómo iba a entenderlo en esos años? Al verme marchita y ausente, Lord Elrond me envió a Lothlórien, para que la Dama me sanara. Me quedé viviendo allí de forma permanente y ella me adoptó. A Legolas lo vi un par de veces, cuando visitaba brevemente Caras Galadhon, pero nada volvió a ser igual entre nosotros. Estar cerca de la muerte te cambia, pequeña Lilith, y yo cambié demasiado. Ni siquiera estaba segura de mis sentimientos hacia él, hasta su llegada hace unos días. Ahora… ahora sé que el destino puede girar y alejarse de ti, pero siempre volverá porque está escrito en las estrellas de Varda. Está en nosotros el poder de leer apropiadamente lo que habita en el firmamento.

- ¿Y quieres hacerlo? ¿Hacer realidad lo que leíste en el cielo? – pregunté, sabiendo la respuesta.

- Por supuesto, pero no depende sólo de mí. En este tipo de lazos hace falta la comunión verdadera de dos almas, no la ilusión de una  – señaló Merilnen, con una sonrisa. – Si Legolas desea retomar los votos hechos el día de nuestro primer encuentro, yo lo sabré. Pero hasta que eso no ocurra, esperaré…

Esperar. Comunión verdadera. Votos. Todo eso me quedó dando vueltas en la cabeza, al punto de producirme un suave mareo. ¿Cómo aquellas palabras podían sonar tan auténticas viniendo de Merilnen, y tan traicioneras cuando eran otros quienes las pronunciaban? Torcí mis labios en una de esas sonrisas tristes tan típicas de mí. Y recordé el espíritu de Dol Guldur.

- En mi mundo nada de eso existe – nunca supe que me incitó a decir aquello, quizás la envidia o algún vestigio de rencor. – Me refiero a la comunión verdadera de dos almas. Te hacen creer que es real, que es posible, pero una de las almas siempre está fingiendo y la otra termina cayendo en la ilusión. Te abandonan, y luego esperan a que el tiempo haga su trabajo. Como si el tiempo pudiese curar las heridas… Si un humano no sabe, ¿cómo lo va a saber el tiempo?

Merilnen no pronunció palabra alguna, y siguió escuchando mi perorata. Todo lo que me había dicho y redicho a mi misma durante meses.

- Sí, con la familia y las amistades debería bastarme. Y créeme, no hay nada más preciado para mí. Pero no puedo comparar el amor que siento por mis hermanos al que siento… es decir, sentía por… no importa. Entre los elfos existe un respeto por el otro, y si creas un lazo, es algo que dura para siempre, y donde ambas partes dan y reciben a la par, sin cuestionamientos ni dudas. Entre los seres como yo, las relaciones se crean de forma irresponsable, y siempre está el “¿por qué?” entre medio, como si una supiera con exactitud por qué ama alguien, como si una hubiese confeccionado una lista de todo lo que ama en alguien, por separado y con detalles. De un día para otro, estás relacionándote con alguien, proyectándote, queriendo hacer miles de cosas, y de pronto… el otro se aburre, decide que no es el camino que quiere seguir y te abandona en la siguiente encrucijada. ¿Y cómo lo haces para vivir con eso?

- Si allí todos los seres construyen relaciones poco fructíferas, ¿cómo es que tú eres la excepción a la regla? – se atrevió a preguntar mi Guardiana, con cierto cuidado.

- No soy la excepción a la regla – me eché a reír con amargura.- Si lo fuese, no me encontraría así como estoy.

- No entiendo – murmuró Merilnen, notoriamente desconcertada.- Creo que las reglas allá de donde vienes no son muy claras para mí. O es que tienen una concepción diferente del Amor…

- Bastante diferente.

- Ahora entiendo por qué estás rota – la elfa, una vez más, había dado en el clavo de una manera poco amable. – Te impusieron las reglas y tú las rompiste.

- Porque no es natural, Merilnen. No es natural la forma en la que los humanos comercian con sus propias emociones. Van en una eterna caravana, yendo de pueblo en pueblo, adquiriendo esclavos para luego venderlos al mejor postor. No todos somos así, no quiero que me malentiendas, pero…

No alcancé a terminar. Merilnen me estrechó entre sus brazos, y el nudo corredizo que estaba apretándose en mi garganta se deshizo en un mar de lágrimas calientes de ira. De pronto, el dique se había roto y el agua arrasaba en mi interior, mientras en el exterior, la elfa cumplía con su labor de Guardiana y me contenía, susurrándome palabras en élfico y aguardando con paciencia a que me tranquilizara.

Pasaron horas o tal vez un par de minutos, pero el sol ya había caído, y recién entonces conseguí calmarme. Me separé de Merilnen, agradecida, y me lavé el rostro en la cascada. Sin decir nada más y entendiéndonos en silencio, ambas emprendimos el camino de vuelta al palacio de Thranduil.

Ahora que me encontraba en la oscuridad de mi habitación, con la mente más despierta, me daba cuenta de la gran diferencia entre Merilnen y yo. Ella podía dilatar su dolor y repartirlo en todos los años de su existencia; tenía todo el tiempo necesario para aceptarlo, convivir con él y arriesgarse a desecharlo. Yo, al ser humana no podía darme ese lujo. Con mucha suerte llegaría a los noventa años, así que debía apresurarme en enmendar las cosas. Por lo tanto, mi dolor era tanto o más intenso que el de ella, porque debía sentirlo ahora o nunca. Ese pensamiento me hizo sentirme fuerte. ¿Y no era aquel el gran regalo de Eru a sus Segundos Hijos? La muerte. Vivir cada experiencia como si fuese la primera y la última, sin repeticiones, cada minuto diferente al otro y dar gracias por ello. Yo algún día tendría que morir, pero lo veía como un acontecimiento muy lejano en el futuro, y mientras se mantuviese así, no temería. Reflexionando eso fue como regresé al sueño del que me había despertado. “Encuéntrame en los muelles, antes de partir a la muerte.” ¿Quién estaría muriéndose? Muy dentro de mí lo sabía, pero darme la razón significaba hacer oídos sordos a la prohibición impuesta por Galadriel.

La noche dio paso al amanecer, y Lairelithoniel me encontró dormitando, sentada en el lecho y con el cuerpo entumecido. Hizo lo mismo de todas las mañanas: me levantó, me dio de beber agua fresca y dispuso un baño tibio para que me sacudiese la modorra; pero había algo diferente en su actitud. Al notar que me miraba con resquemor, me puse en guardia. ¿Qué había sucedido? No me demoré en preguntarle. Ella fue escueta en su respuesta.

- El rey Thranduil solicita tu presencia en su sala privada, inmediatamente.

Percibí la urgencia del llamado, y me apresuré en lavarme y vestirme para seguir a Lairel a la estancia donde el rey Elfo realizaba sus reuniones. Sí, al parecer era algo de suma importancia. Al llegar allí, vi que además de Thranduil, se encontraban presentes su hijo Legolas, Gimli el enano y Merilnen, entre otros nobles. Esta última tenía el semblante lleno de preocupación, pero no rehuía mi mirada, al contrario de Lairel. Ella también se quedó, junto a la puerta de entrada.

- Lilith – Thranduil pronunció mi nombre como si se tratara de una espada muy filosa, al mismo tiempo que se levantaba de su silla magníficamente tallada. Tan extraño nombre debe tener un extraño significado, ¿no es así?

Aquel comentario me tomó por sorpresa. ¿A dónde quería llegar el rey? Asentí en silencio, tratando de no parecer asombrada.

- No conozco la lengua de tu tierra, sin embargo, me gustaría conocer tu nombre – continuó Thranduil. Observé como todos los presentes se hallaban expectantes, aguardando mi respuesta. Escogí mis palabras con toda la sensatez posible.

- Lilith no es un nombre de mi país, y proviene de una lengua con la que no me encuentro familiarizada. En la Antigüedad de mi mundo, pertenecía a una diosa y significaba “Espíritu del Aire”. Pero luego, con el paso de los años, su etimología cambió, al igual que su portadora, y se transformó en “Espíritu Nocturno”.

- Dime, Lilith, ¿en qué se convirtió la antigua portadora de tu nombre? – ya no me estaba gustando el cariz que estaban tomando las cosas. Merilnen me echó una mirada rápida, quizás queriendo decirme algo que no comprendí.

- De diosa pasó a demonio, mi señor Thranduil – hablé lo más tranquilamente posible. Los elfos empezaron a murmurar, con miedo en sus voces. El rey los calló. Yo aproveché de aclarar mi información.- Pero eso ocurrió con las caídas y levantamientos de otras civilizaciones, a través de los siglos. Fue a causa de los hombres, no de las divinidades.

- Fuese como fuese en tu mundo, tu situación aquí es similar – dijo el rey Elfo, mirándome agudamente. – En un pestañear de los Valar, has pasado de humana a demonio. Según tu conveniencia, eres lo uno o lo otro. O tal vez ambos a la vez.

- Señor Thranduil, si me permite abogar por mi protegida… - interrumpió Merilnen, poniéndose de pie veloz como una de sus flechas.

- Merilnen, siéntate – esta vez fue Legolas quien habló, con una amabilidad de la que su padre era carente. No obstante, ella hizo caso omiso de la indicación.

- Ella no es un demonio – siguió la elfa, con voz segura. – Que sus demonios adquieran su forma, es algo muy diferente.

- Nadie lo ha dicho más claramente, Merilnen de Lothlórien – determinó Thranduil – aún así, sus demonios y ella vendrían a ser lo mismo, puesto que están unidos por años de convivencia. Lo quiera o no, ella es la representante de sus miedos, y por lo tanto, un demonio.

Si algo grave estaba ocurriendo, nadie era capaz de explicármelo todavía. ¿Por qué discutían si yo era o no un demonio?

- ¡Y si es un demonio, ¿qué está haciendo aquí?! – exclamó Gimli, quien había permanecido en silencio durante toda la reunión. De pronto tuve miedo de que empuñara su hacha, pero nadie portaba armas en una audiencia con Thranduil.

- Lo mismo que tú, señor enano, aceptando la hospitalidad del rey – espetó Merilnen, haciendo que se le desorbitaran los ojos a Gimli. Legolas se inclinó a susurrarle algo al oído, para calmarlo seguramente.

- ¡Debe marcharse! – dijeron los otros elfos presentes - ¡Debe librar al Bosque de esta nueva amenaza!

- Por favor, ¿alguien tendría la gentileza de explicarle a este “demonio” – enfaticé aquel término a propósito – qué es lo que está sucediendo? ¿Por qué de pronto se me obliga a partir sin saber el por qué de tal razonamiento?

El silencio se manifestó en la sala con elocuencia. Todos los elfos y el enano me miraron, inquisidores. Mi pulso se disparó sin que yo se lo permitiera. Fue Merilnen quien, en pocas palabras, me aclaró la situación. Su voz ya no era tan segura como hace unos instantes. Respiraba, un poco temblorosa.

- ¿Recuerdas quién te llevó a la Torre del Nigromante? Es un espíritu más poderoso de lo que imaginábamos… y no es el Nigromante de antaño. Eres tú, Lilith. Estás atrayendo la oscuridad sobre nosotros.





(1) Extracto de La Canción de Fíriel:

El Padre hizo el Mundo para Elfos y Mortales
y lo dejó en manos de los Señores que están en el Oeste.
(…)
Para los Elfos hicieron la Luna, para los Hombres el rojo Sol; 
(…)
¿Qué me dará el Padre, oh Padre,
en aquel día más allá del fin, cuando mi Sol se apague?

4: La Torre del Nigromante.

Relatado por Lilioshka Leliv a las 19:43 0 symbelmynë
“Nuestra piel está hecha de penumbra, y si no dejamos salir al sol cada mañana, moriremos llenos de frío y miedo.”

No recuerdo que soñé, pero fue lo suficientemente poderoso como para despertarme y quitarme todo rastro de cansancio. Enfoqué la mirada en lo que tenía por sobre mí y sólo vi madera y una luz verdosa y resplandeciente, que me hizo creer por un instante que estaba durmiendo en la rama de un árbol; o más extraño aún, que todo había sido un juego de mi alocada mente y que jamás había partido de Lothlórien – o de mi casa, pero claro, mi mente tiene sus preferencias -. Deseché la idea en cuanto me di cuenta de que la madera era el cielo raso de una habitación, y que la luz verdosa se colaba por una gran ventana que tenía a mi derecha.  Me incorporé del cómodo lecho en el que estaba recostada, y ahogué una pequeña exclamación de sorpresa. ¿Dónde demonios me encontraba?

Mi mente parecía querer explotar con la cantidad de preguntas que se formulaba por segundo, pero no tuve tiempo de respondérmelas.  Justo cuando me estaba levantando para curiosear por el iluminado ventanal, con una gran enredadera a modo de cortinaje – por escasos instantes pensé que se trataba del balcón de Julieta en Verona -, se abrió una puerta que creí distinguir como parte de la pared, y apareció una alta doncella elfa, vestida de un sencillo color marrón.  Me sonrió con amabilidad al advertir la expresión de confusión que mi rostro había adoptado, y me saludó con esa mezcla de dulzura y altivez que poseen los de su raza.

- Haz vuelto del mundo de los sueños, dama Lilith. Bienvenida seas. Mi nombre es Lairelithoniel, y he estado encargada de tu reposo – al parecer, mi cara se deformó aún más, porque ella soltó un suave trino que adiviné era su risa -. Pero puedes llamarme Lairel, si todavía te cuesta manejar los rudimentos del élfico.

Sí, Lairel me acomodaba bastante más. Le agradecí el gesto inclinando levemente la cabeza, y esperé en silencio a que me dijera algo más.

- El señor Thranduil reclama tu presencia, queridísima dama – me comunicó la elfa, sin más preámbulo. – Pero creo que antes prefieres desayunar, ¿no es así?

- ¿Thranduil? – repetí, como una boba y haciendo obvia mi ignorancia del lugar en el que me encontraba. Thranduil… yo conocía ese nombre de alguna parte.  ¿No era acaso el…? ¡Sí! Debía de ser él... y yo entonces debía encontrarme en… Mil imágenes azotaron mi cabeza, repentinamente, y sentí un agudo dolor atravesando mi espina dorsal. Mi rostro se crispó por unos segundos, sin comprender que sucedía, y creí que resbalaría al suelo, cual saco de papas, pero las largas manos de Lairel me sujetaron con fuerza y me condujeron al lecho. No alcancé a sentir la mullida almohada bajo mi cabeza, porque la puerta escondida volvió a abrirse dando paso a una figura conocida.

Merilnen venía con ese habitual halo azul rodeándola, y una bandeja con frutas y una jarra con agua fresca.  Andaba a paso tranquilo, pero su miraba denotaba una chispeante preocupación. Llevaba poco tiempo siendo mi Guardiana, pero siempre había sido muy capaz de empatizar conmigo, aunque nos encontrásemos en lugares diferentes.  Dejó la bandeja a un lado, y se acercó a mí, con presteza.

- Pensé que te curarías más rápido, pequeña – fue todo lo que dijo, sin hacer preguntas obvias del estilo de “¿cómo te encuentras?”. Lairel tampoco las hizo (digamos que esos cuestionamientos básicos eran obsoletos para tamaña raza). El dolor se había ido tan rápido como había aparecido, pero sentía mis piernas temblorosas y un leve mareo. Incliné mi cabeza, para mirar mejor a Merilnen.

- ¿Curarme de qué? – pregunté, suponiendo que algo tenían que ver aquellas borrosas y oscuras imágenes en mi mente, tan negras que tuve miedo de una ceguera cerebral (si es que existía aquello).  Merilnen me sonrió, advirtiendo mi mejoría, y junto a Lairel, me levantaron de la cama muy suavemente, para vestirme y hacer que comiera un poco.

- Thranduil nos espera, Lilith. Quiere saber con exactitud todo lo que nos ocurrió – me dijo Merilnen, cuando ya me encontraba relativamente presentable y bebiendo, muy agradecida, de la jarra. Al ver que yo abriría la boca para preguntar (nuevamente) qué nos había ocurrido, me tomó de la mano, y seguidas por la amable Lairel, salimos de la verdosa habitación.

Recorrimos un estrecho pasillo, que para mi sorpresa, estaba techado con el brillante follaje de los árboles que lo rodeaban, como una arboleda en miniatura y algo más salvaje. El suelo era una alfombra de césped tierno, y mis pies descalzos gozaron con su textura; más no mi mente, que seguía alimentándose de recuerdos inconexos que no encajaban con el panorama que tenía ahora frente a mis ojos.

- Entonces, ¿este es el Bosque Negro? – solté, rompiendo el hermoso silencio con mi aguda voz, mientras observaba con asombro las enormes aves anaranjadas que volaban por encima de las copas de los árboles.

- Sí, pero creo que sería más correcto volver a llamarlo por su antiguo nombre – sonrió mi Guardiana, ralentizando su paso.- El Gran Bosque Verde.

- ¿Expulsaron la oscuridad que se había apropiado de este lugar? ¿Tan pronto? – volví a preguntar. Merilnen abandonó su sonrisa, lo que para mi significó, básicamente, un “no” rotundo.

- Lairel, ve con Thranduil y dile que no tardaremos en presentarnos ante él – le pidió la elfa de Lothlórien a la silvana, con amabilidad. Lairelithoniel se inclinó levemente, y se marchó, casi flotando, como una hoja en el viento.

- ¿Y bien? – insistí yo, cuando nos encontramos solas en aquel peculiar pasillo.

- Tú sabes tan bien como yo que hace falta mucho tiempo para que la tierra sane sus heridas, en el caso de que efectivamente, pueda hacerlo. Probablemente este Bosque, como muchos otros lugares, nunca podrá volver a ser lo que una vez fue. La Oscuridad deja huellas profundas – inevitablemente, pensé en Frodo Bolsón y en sus heridas que jamás sanarían… hasta que se marchara al Oeste. Muy pronto él tendría la oportunidad de sentirse en paz, tras la cortina de llovizna, en las blancas costas… lejos del dolor, lejos del peso de una carga tan poderosa como resultó ser el Anillo de Sauron.  ¿Cómo podría sanar un bosque? Era imposible trasladarlo a Valinor, donde nada se marchitaba. La única esperanza que cruzaba mi corazón era precisamente lo que Merilnen había dicho. Confiar en los poderes de la tierra. Ella prosiguió.- No es extraño que te cueste recordar lo que nos sucedió en el trayecto hacia acá. El Hálito Negro pudo haberte ocasionado daños más terribles.

Me quedé de una pieza y sin respiración. Algo se clavó en mi pecho, como una espina. Merilnen no me dio tiempo para reaccionar.

- La verdad es que yo tampoco me lo explico. La única razón que me hace sentido es que el Hálito haya quedado impregnado en Amon Lanc para toda la eternidad, algo que veo bastante probable. Dudo que los Úlairi hayan sobrevivido a la destrucción de su Amo.

- Espera, espera – la interrumpí, sintiéndome confusa y agotada ante esa extraña revelación.- No te estoy siguiendo. ¿Me dices que fui presa del Hálito Negro? ¿Cómo es posible? O sea, es posible, pero yo no… ¿Amon Lanc? Sagrado Eru, ¡pero si eso es…!

- ¡No digas ese nombre! En este lugar no hay cabida para la oscuridad – exclamó Merilnen, alarmada. Tomó con delicadeza una de mis manos y acercó su rostro al mío, poniendo sus ojos color plata a la misma altura que los míos, oscuros y turbados.- Lilith, por todos los Valar, necesito que vayas a tu interior y hagas un esfuerzo por recordar. Hay… algo, un espacio en blanco que yo no soy capaz de contarle a Thranduil. Algo que te ocurrió exclusivamente a ti. No, no me preguntes que fue, yo… solamente te vi allí…

- ¿Allí donde? – mi voz era apenas un hilillo, una convulsión seca en mi garganta.

- En lo alto… de la Torre del Nigromante.


Habíamos cruzado el Río Grande, el Anduin, hace unos dos o tres días, y nos hallábamos armando nuestro campamento  ya alejadas de los lindes del Bosque Negro. Nuestro plan – o en verdad, el plan de Merilnen, siendo ella la guía experta – era alcanzar el camino de Rhovanion y continuar por él hacia el norte, donde los elfos silvanos vivían, cerca de los hombres de Esgaroth y los enanos de Erebor, la Montaña Solitaria. Si todo resultaba como esperábamos, llegaríamos a nuestro destino con tranquilidad y a tiempo.

Ésa noche, mientras yo calentaba mis manos junto a la pequeña fogata – sí, lejos de Lórien el frío volvía a afectarme - , Merilnen oteaba hacia todas direcciones desde un montículo no muy grande cercano al campamento. Estaba silenciosa, y eso me inquietaba, porque para ser una elfa, siempre había sido bastante amena en su conversación. Me pregunté en qué estaría pensando. ¿Su alma estaría yendo en sentido contrario, hacia los Puertos Grises? Algo dentro de mí me indicaba que sí. La partida de su pueblo debía hacer profunda mella en su corazón. ¿Iría Nimloth con ellos? Si era así, con mayor razón deberíamos haber marchado hacia allá. Me levanté a regañadientes, dispuesta a proponerle una vez más que cambiásemos el rumbo, pero ella descendió del montículo, deteniéndome con un gesto duro.

- Será mejor que descanses, pequeña. Quédate junto al fuego, y duerme – me aconsejó.

- ¿Ocurre algo? – algo en su voz me alarmó.

- Ocurrirá si tienes miedo – me dijo mi Guardiana, enigmáticamente.- No prestes atención a los ruidos nocturnos. Este Bosque aún no es seguro, restos de oscuridad flotan entre los árboles, acechando a los viajeros inexpertos e ingenuos. Pero estás conmigo, nada pasará si dejas de temer. Duerme.

Pensé durante escasos segundos llevarle la contraria, pero no hubiera tenido sentido, así que me recosté allí mismo donde estaba, bien arrebujada en mi capa élfica, e intenté conciliar el sueño. Sin embargo, no pude hacerlo. Sentí mis ojos pesados, mi cuerpo agotado por las largas caminatas, mis pies tremendamente adoloridos, mis manos entumecidas y heladas, pero mi mente permanecía activa, terriblemente consciente de un peligro que a Merilnen parecía habérsele escapado. Una voz comenzó a sonar en mis oídos, como si viniera de muy lejos, o tal vez de una radio muy mal sintonizada.

- Lo siento…

La sensación que me produjo el reconocer aquella voz, hizo que mi corazón saltara de la impresión. Más aún sabiendo el significado de aquellas palabras. Me aferré a la capa hasta que mis nudillos me dolieron.

- Lo siento… no puedo ayudarte. Y tampoco quiero.

Quise replicar, pero obligué a mi boca a permanecer cerrada. También forcé a mis párpados para que siguieran manteniendo mi visión cerrada al mundo; pero la continua insistencia de la voz fue trastornándome. ¿Qué demonios…? Quizás estaba soñando que oía una voz en mi cabeza, la voz que menos hubiera querido escuchar allí, en la Tierra Media. Traté de dejar mi mente en blanco para poder dormir aunque fuese un par de horas, pero no lo conseguí. La voz se sintonizaba cada vez más, y parecía ajustarse a las corrientes de aire frío que inundaban la noche. Los ojos me dolían por la fuerza con que los cerraba, pero no quería vérmelas con la oscuridad. Me sentía como una niña pequeña, temerosa de las pesadillas, que se cobija bajo sus mantas para no ver qué monstruo se encuentra en su habitación. Estaba alerta a cualquier ruido, tan alerta que cuando sentí una súbita respiración junto a mi oreja, no me extrañé del todo. Sólo quedaba espacio para la angustia. Quise moverme para buscar a Merilnen, pero no me atreví ni a respirar.

- Lo siento… tal vez ahora sí sea tiempo para decirte…

¡Sagrada Elbereth! Esa… esa voz, ese aire tibio colándose por mi cuello… ¿sería posible? No, no podía ser. No, no, no. Él estaba muy lejos, muy lejos de mí. Era una jugarreta de mi mente. No, era un sueño. Despertaría. Sólo debía abrir los ojos con valentía, y…

- Quiero decirte que... no vale la pena soñar.

¿Este sueño? Claro que no. Otra vez no.

- No contigo.

Una marea de emociones fluyó por mi cuerpo, e hizo que pegara un manotazo al aire por simple impulso; pero mi mano chocó contra algo, algo duro y suave, la piel fría del pasado… No resistí más y miré a mi alrededor. La fogata estaba apagada, pero el sitio no estaba oscuro. Parecía que estuviese amaneciendo, una mañana gris que se me antojaba calma y triste, como un…

- Adiós.

Volteé mi rostro de inmediato al escuchar nuevamente la voz taciturna de ese ser que me observaba desde una distancia considerable. Algo se instaló en mi pecho, aquella sensación que había dejado de lado cuando la Dama Galadriel me permitió cruzar la frontera: Dolor.

- ¿Qué haces aquí? – mi voz apenas salió, a causa de la impresión. La única respuesta que obtuve fue el eco de mis palabras, y una sonrisa sardónica en su rostro. Reconozco que una de mis razones para marcharme era ésta, la pequeña bomba que hizo que se provocara la gran explosión – creo haber mencionado este hecho alguna vez -. ¡Ah, pero por todos los Balrogs! ¿Qué se supone que debes hacer cuando en medio del Bosque te encuentras con la única persona que alguna vez en tu miserable vida te provocó tantos daños que quisiste marcharte lejos de todo y de todos? ¿Por qué estaba él aquí, y no Merilnen? La llamé con la mente, aunque apenas podía concentrarme. Él seguía allí, como un fantasma, y sus ojos perforaban mi alma como aquella última vez que lo vi. Comencé a temblar, y creí que estaba de vuelta en aquel día, cuando la pena parecía recién pintarrajeada en mi persona. - ¿Esto es un sueño?

- Afronta la realidad. No tienes ninguna oportunidad. Ríndete.

- Estoy soñando.

- Por favor, deja de ser tan patética.

- No lo soy.

- Mírate. No tienes chance alguna. Preocúpate de sobrevivir.

- ¿Por qué vuelves? – él se estaba acercando peligrosamente hacia mí. El terror se estaba apoderando de mi corazón, pero aún así, me atreví a tomar su mano. Estaba congelada, pero no la solté. Tenía miedo, pero era otra vez ese miedo a la pérdida, a la soledad, al fracaso. Si soltaba su mano, volvería a sentirme sin hogar. Pero, ¿qué obtendría? Calor, desde luego que no.

- Suéltame.

- No.

- ¿No?

- No.

- Muy bien. Si así lo deseas…

Esas fueron sus últimas palabras. Tomó mi otra mano con fuerza, y sonrió casi con dulzura. Pero había algo tenebroso en su condescendencia, en la forma en la que escrutaba mi rostro, algo que me sentaba terriblemente mal. De pronto, quise zafarme, pero ya era demasiado tarde. Él jaló una de mis manos y me obligó a caminar junto a él, mientras mi visión se nublaba y mis pies dejaban de sentir lo que pisaban. Oí unos pasos detrás de mí, alguien que gritaba mi nombre entre los árboles, y luego, el aire empezó a zumbar. Él tiraba de mi brazo con tal fuerza que podría habérmelo arrancado, pero tampoco le di importancia, como si todas las sensaciones hubieran disminuido al 1%. Si alguna vez hubiera estado a punto de morir de hipotermia, podría haber comparado ambas situaciones, y determinado que los síntomas eran idénticos, sumándole una abrupta ceguera y pérdida casi total de los sentidos; pero no, yo apenas era consciente de que la oscura figura que me guiaba no quería más que hacerme daño.

Por eso, cuando recuperé mis capacidades sensoriales y me encontré en un terreno yermo y tenebroso, rodeado de bruma, mi respiración se aceleró como nunca antes y el dolor atacó mi cuerpo, como fríos cuchillos penetrando mi piel. Me doblé con un chillido, y caí de rodillas, mirando hacia la oscura silueta de una fortaleza erguida sobre una colina. Alguien soltó una carcajada justo detrás de mí, y antes de que volteara para verle el rostro, descargó una patada en mi columna vertebral, haciendo que mordiera el polvo con angustia.

- ¿Qué…?

- Cállate, estúpida. Harás lo que yo te ordene, ¿está claro? Ahora, vamos.

Me tomó por el pelo de un tirón, y el grito de dolor se atascó en mi garganta al observar su rostro. ¿Quién era aquel? Sus rasgos se habían desdibujado, volviéndose grotescos y deformes, casi recordándome las formas faciales de los orcos, aunque éste ser definitivamente no era uno de ellos… ni tampoco quien me imaginaba. Las tinieblas lo rodeaban, pero pude ver como sonreía una vez más, malévolo.

- Vamos.

Siguió tirándome del cabello con fuerza, y me llevó consigo, camino a la fortaleza de la colina.
Definitivamente, yo había sido engañada.


Noté la impaciencia de Merilnen, e intenté esforzarme un poco más, pero no, no logré recordar que había sucedido luego de eso. Según ella, yo había aparecido en lo alto de la Torre, y confiaba en su testimonio, pero, ¿por qué no podía traer ese recuerdo a mi memoria? ¿Habrá sido una experiencia tal vez… traumática? No lo sé, pero si hay algo en mí que es muy cierto, es que existen ciertas lagunas en mi vida para las cuales no tengo ninguna respuesta.

-  ¡Por todos los Valar! Parecías un espectro recién convertido, no me escuchabas, no te percatabas de mi presencia. Por un instante pensé que podías padecer algún mal del sueño, y que caminabas sumida en una pesadilla, pero no tardé en presentir la presencia de otro ser que te llevaba atada hacia el interior del bosque. Traté de ir a buscarte, pero aparecieron un par de huargos que me obligaron a seguir otra dirección. Lancé flechas por doquier, creo que casi te lastimé con una.

- ¿Huargos? ¿Aquí?

- Sí, aquí, y no eran los únicos. Cuando te perdí de vista – te desplazabas con una velocidad inusual en ti - , salieron más desde sus escondrijos. Hay rincones peligrosos en el Bosque Negro, y no todas las criaturas han sido exterminadas. Es cierto, ya apenas tenemos noticias de ellos, pero cuando ven una presa fácil de cazar, son los primeros en saltar. Además, seguían órdenes específicas, eran huargos relativamente inteligentes. Estaban protegiendo al que se apoderó de ti. – El rostro de Merilnen lucía tan serio y preocupado que incluso sentí algo de temor.- Por eso necesito que recuerdes que fue lo que ocurrió en ese trayecto…

- ¿Cómo fue que te liberaste de los huargos? – le pregunté, más pendiente de su situación que de la mía. No tenía ánimos para recordar algo tan terrible.

- Recibí ayuda – dijo la elfa, sonriendo por primera vez desde que habíamos iniciado esta conversación.- Gracias a los cazadores de Thranduil estamos aquí. Llegaron justo en el momento preciso, yo no habría podido batirme con toda la manada. Así que cuando estuve segura de no ser necesitada, fui en tu busca. Me costó seguirte la pista, porque ibas guiada por un poder sobrenatural especialmente maligno, y cuando logré encontrarte, ya era demasiado tarde. Habías traspasado un límite que yo no era capaz de atravesar.

La miré sin comprender, y por primera vez, vi un atisbo de miedo en sus ojos. Me acerqué a Merilnen, impulsivamente, con la necesidad de abrazarla, pero no me atreví.

- Los elfos tememos a la oscuridad, pequeña Lilith. Si nos adentramos en ella, perdemos algo más que nuestras habilidades… perdemos nuestro corazón. – Su voz se escuchaba débil, impropia de ella – Estamos hechos de Luz, nuestras vidas giran en torno a la gracia de Ilúvatar. El mal creado por Morgoth siempre nos ha acechado, y está dispuesto a corrompernos apenas tiene la oportunidad. Debes comprender que a lugares como ése no puedo entrar. Tú eres humana, tu alma está acostumbrada a flotar entre el sol y la sombra,  puedes soportar las tinieblas mejor que yo. Recuérdalo.

- ¿Por eso pude entrar a la Torre, y tú no?

- No sólo por eso. Ese espíritu te permitió la entrada. O más bien, te obligó a entrar por una razón en especial. Nadie es recibido en Dol Guldur si no es por algo de oscura importancia.

Mi Guardiana no me permitió hablar más. Tomó mi mano con ligereza, y me llevó hacia la sala de audiencias del Rey Thranduil. El eco de las últimas palabras de Merilnen resonaba en mi cabeza, como un tambor. “Dol Guldur…”  La Colina de la Hechicería. Oh, diablos. Diablos. ¡Diablos! ¿Y si…?

- Bienvenida, Viajera del otro mundo – me saludó una voz grave y cordial, perteneciente a un elfo de aspecto hierático, hermoso y de cabello tan platinado como el de sus súbditos. Estaba sentado sobre una silla de madera maravillosamente tallada con motivos de enredaderas, y a su alrededor, habían varios elfos que me observaban en silencio. Sumida en mis cavilaciones,  no me había dado cuenta de que ya habíamos llegado ante Thranduil, quien ahora esbozaba una sonrisa leve, melancólica, y se levantaba para acercarse a mí. Era alto como un tallo de junco, y grácil como el vuelo de un ave; en su porte se notaba la antigua sabiduría que Merilnen no poseía por ser tan joven, pero se percibía una cierta fragilidad, como si los años, a pesar de todo, hubiesen cavado hondo en su ser. – Tu alma parece un poco perdida, puedo notarlo. Pero encontrará su camino pronto.

- Señor, mi protegida no logra recordar con total cabalidad lo ocurrido en Dol Guldur – habló Merilnen, con solemnidad. – Pero confirma la existencia de una sombra maléfica que no ha abandonado el lugar.

- No es más que un espíritu, Merilnen de Lothlórien. La oscuridad no volverá a levantarse por sobre nuestras cabezas – aclaró Thranduil , y luego me miró de forma penetrante durante unos segundos que a mí me parecieron largos minutos.- Sin embargo, ella tendrá que combatir ferozmente contra sus demonios. Está destinada a ello. Todo lo que suceda, a nosotros no nos afectará… es su vida la que está en juego. Sólo su vida. Así que protégela, Merilnen, mientras te lo permita Eru.

- ¿Hasta que encuentre a Nárendur? – solté, sin pensar. Thranduil fijó nuevamente su atención en mí, y una chispa de comprensión saltó de sus almendrados ojos. Iba a decirme algo, pero las puertas-árboles de la sala de audiencias se abrieron de par en par, dando paso a dos figuras muy peculiares, y que yo no logré reconocer hasta que las tuve muy cerca de mí. Una de ellas era un elfo silvano tan parecido a Thranduil que pensé que se trataba de su hermano gemelo; pero no, el recién llegado era más apuesto y gallardo, más volátil y notoriamente más joven. Su acompañante, increíblemente era un enano,  de apariencia fiera y cabellos rojizos como los que vivían en la Montaña Solitaria. Ambos nos observaron con curiosidad, en especial a mí, que no podía sentirme más emocionada que en ese momento, cuando tenía frente a mis ojos a dos de los héroes más importantes de mi existencia plenamente dedicada a la Tierra Media. ¡Elbereth! El Rey Elfo se adelantó a saludar al elfo y al enano, con parsimonia, y yo, en un intento de calmarme, miré a Merilnen, pero ésta parecía extrañamente fuera de lugar, tal como yo. Seguía siendo ella, con su aire atípicamente alegre y su belleza de amaneceres, pero había algo, cierto detalle, que neutralizó su figura. Sus ojos, sus hermosos y vivos ojos grises, se habían dulcificado… de forma extrema.

- ¡Hojaverde, dichoso es el día que has elegido para regresar! Tu presencia, y la de maese Gimli alegran los árboles de nuestro Gran Bosque Verde – exclamó Thranduil, alzando sus brazos.

Miré a mi Guardiana otra vez. Y no me cupo duda alguna de lo que estaba ocurriéndole.

3: El auténtico inicio.

Relatado por Lilioshka Leliv a las 21:19 0 symbelmynë
"Si no es hoy, será mañana, pero debes dar el primer paso. Y a donde vayas, yo iré."


Yo sabía lo que estaba viendo en el sutil reflejo del agua estrellada. Lo sabía y no lograba hacerlo consciente, porque todo estaba escrito en el gigantesco infinito dentro de mí desde hace muchísimo tiempo, quizás desde otras épocas en las que mi existencia era diferente. Pero pensar en la reencarnación no estaba dentro de mis opciones en ese instante, no cuando lo que observaba en el espejo de Galadriel me mantenía tan ocupada y llena de sensaciones. Me hallaba inclinada sobre la fuente, con las manos aferradas en los bordes de mármol, temblorosas por la conmoción, y estaba casi segura que de un segundo a otro la punta de mi nariz tocaría el agua, deshaciéndose así cualquier visión pasada, presente o futura que la benevolente Dama quisiera mostrarme.

¡No toques el agua! me advertía dulcemente, desde algún rincón de mi mente, y yo apenas asentía, con los ojos fijos en los parajes montañosos que nacían en el espejo, y que luego se evaporaban para dar paso a un camino perdido entre los árboles, un crepúsculo detrás de una pequeña cascada, los rostros de Merilnen y Nimloth, sonrientes y cercanos, mi propia figura marcada por la luz de la luna, oteando el horizonte desde una ventana (quizás la de mi habitación en Lórien, quién sabe), las olas del mar lamiendo una playa bajo la lluvia, y (me sorprendió verlo) el espejo del baño de mi casa, pero ahora sucio y resquebrajado. ¿El portal se había destruido? Ahogué un grito de espanto y quise mirar a la Dama para pedirle una explicación, pero mis ojos no se movían de donde estaban. Finalmente, antes de que el espejo se oscureciera bajo el manto de la noche, apareció de la nada una chispa dorada que rápidamente inundó la fuente, convirtiendo la aparente frescura del agua en una calidez asombrosa que llegó hasta mi rostro como una ola, suave pero intensa, y que luego bajó por mi cuello hasta apoderarse de mi pecho, mis brazos y posteriormente todo mi cuerpo, hasta la punta de mis pies descalzos sobre el césped. Y hasta el mismo césped cedió ante la tibieza, haciendo que su humedad fuera cosa del pasado. A causa de tal fenómeno, mi respiración se volvió repentinamente irregular, pues no estaba acostumbrada ante ese tipo de estímulo, y pronto mis manos soltaron el borde del espejo, empujadas por una fuerza mayor e irresistible. La chispa dorada saltó de la fuente, como un pequeño pez bailarín, y se sumergió en el agua nuevamente, pero ahora para desaparecer por completo. Las estrellas volvieron a reflejarse en la superficie, y yo me acerqué a la Dama, con aquel calor causando pequeñas convulsiones en mi interior; todo mi cuerpo latía con fuerza, como un corazón enorme, o quizás dos. Ella se sentó sobre el pasto tierno, observándome con tranquilidad, y yo seguí su ejemplo.

Desde que habíamos abandonado el flet de Nimloth sólo habían transcurrido un par de horas, pero yo sentía que el lapso de tiempo entre aquello y esto último había sido mucho más largo. Aunque por otra parte, no podía evitar pensar en que tal vez el flujo de las horas se había detenido y ese supuesto lapso de tiempo no existía en lo absoluto. Un detalle irrelevante, sí, pero que me ponía los pelos de punta. Y mientras más me miraba Galadriel, más inquieta me sentía. ¿Cuándo me diría alguna cosa? Me dediqué a mirar el suelo, aún con esa sensación de latido gigantesco dentro de mí. Eso no era algo que pudiese esperarse de un espejo como ese. Me refiero a la chispa, claro está. Pero, ¿conocía yo a la perfección la esencia del espejo de Galadriel? Pues no. Ella sonrió, comprensiva.

- Ya temía que no apareciera la señal – dijo Galadriel, por fin.

- ¿La chispa? – pregunté yo, suponiendo que se refería a eso.

– Eso no era una chispa – respondió la Dama, imperturbable –. Era un mensaje, y gracias a él, ahora puedes ponerte en marcha.

– ¿A dónde yo quiera ir?

– Con un propósito – agregó Galadriel. Juntó sus largas y pálidas manos en su regazo, y cerró los ojos brevemente, inspirando el aire con suavidad. Sin abrir sus ojos aún, continuó hablando –. Todo lo que has visto en el espejo podría suceder. Y te digo, esas probabilidades son altas. El portal que une esta dimensión con la tuya podría ser destruido por accidente, pues así se producen la mayoría de los errores humanos. Así que por esta razón, tú te encuentras aquí: tu viaje consiste, además de sanarte a ti misma, en buscar entre todas las puertas de lo desconocido hasta hallar la indicada que lleve a tu tierra, un túnel interdimensional nuevo, ya que el espejo de tu baño quizás sea cerrado para siempre. Esto lo harás porque volverás una segunda vez, y una tercera, lo más probable. No querrás quedar aislada para siempre, nadie desea vivir así una vida tan corta como la que tienen tú y tus pares. ¿Entiendes lo que te digo? ¿Entiendes por qué debías prepararte, allá en tu hogar? Nadie que no ame su propio mundo puede ir al más allá y conjurar lo imposible.

Sí, si lo entendía. Y ella volvió a sonreírme, porque aunque sabía de la curiosidad que sentía por lo que al trayecto respectaba, también tenía conocimiento de que yo deseaba con todo mi corazón emprender un viaje que probara mi coraje y mi fuerza de voluntad. Siempre había imaginado como sería realizar algo así, una misión importante para todo el mundo, donde pasaría por peligros y riesgos impensables, donde sería testigo de maravillas y situaciones extraordinarias; pero cuando trataba de ponerlo en papel, todo se desvanecía como el humo y me quedaba sola con mis expectativas frustradas. Ahora, esta misión no tenía importancia para nadie más que para mí misma... pero, ¿realmente estaba preparada? Esos seis años en los que la Dama interrumpió sus visitas, no me sirvieron de mucho. En estos instantes de mi vida, me sentía débil y miserable. Nada propio de una aventurera o heroína.

– Eso crees tú – le respondió Galadriel a mi último pensamiento –, pero hasta el más pequeño rayo de sol ha sido capaz de entibiar un corazón, y hasta los más grandiosos señores de los Elfos se han sentido vanos y miserables bajo la mirada de los Poderes del Mundo.

– ¿Viajaré sola? – pregunté, con miedo a que me contestara con un sí.

– No puedes salir de Lothlórien en solitario, Lilith. Tampoco entrar, a menos que sea con un salvoconducto. Pero tú no entraste por la vía normal, así que no hay problemas.

– Ah, claro que no... – lo había olvidado, era un país sumergido en lo secreto –. ¿Entonces? ¿Con quién viajaré?

Hérincë, ¿todavía sientes calor en tu cuerpo? – me preguntó la Dama Blanca, evadiendo mis cuestionamientos, para variar. Yo asentí con fuerza. Aún no me había abandonado aquella extraña calidez, aunque se percibía menos intensa.- Muy bien, este es el mensaje: Búscame detrás de la cortina de la lluvia, donde el oeste es más brillante. Búscame y si no me encuentras, abre las flores del sol y yo acudiré ante ti.

Me quedé perpleja. Mientras escuchaba, mis dedos jugueteaban con la hierba, y a la vez me preguntaba como diablos no había oído aquellas palabras cuando la chispa saltó ante mí. Magia antigua, supuse para mis adentros. Magia para la cual no estaba apta, porque para ello tenía que despertar. Me tranquilicé ante la perspectiva de que en esta aventura que estaba viviendo todo podía suceder. No pregunté nada en voz alta, y dejé que la Dama continuase con lo que tuviese que decir.

– A partir de este momento, este mensaje será el norte de tu camino. Pero sólo hasta que lo encuentres. Luego deberás continuar con su compañía hasta que decida dejarte.

– ¿Encontrar a quién? – no pude aguantarme.

– A Nárendur – respondió Galadriel, pronunciando aquel nombre con una extraña reverencia –. El último servidor del Fuego Secreto en la Tierra Media.

– Pero... creí que tú... Gandalf… – comencé a balbucear, sorprendida, pero la Dama me atajó.

- Tú sabes que yo abandonaré Lórien... – me dijo con dulzura, y tomando una de mis manos.- Y Gandalf está pronto a partir, también. Nárendur es el último de nosotros y debes ir en su búsqueda. ¿Por qué no viene él a encontrarte a ti? Porque es importante que lo reconozcas por ti misma. Es parte de tu misión.

– Nárendur... – susurré, mientras sentía como los últimos latidos de calor dejaban de vibrar en mi interior. Aquel nombre sonaba extraño entre mis labios, y la pena me inundó de pronto. ¿Por qué tenía que buscarlo? Galadriel era mi guía. Galadriel era mi esperanza. Pensé en el espejo de mi casa, destrozado, e intenté dejar la pena de lado, para sustituirla por un poquito de valor. Pero no, el valor estaba demasiado oculto bajo mi piel. Siempre había sido así.

- ¿Por qué me hiciste venir justo ahora? – por fin había formulado la pregunta que me carcomía de curiosidad. - ¿Por qué ahora, que todos se van? 

- Precisamente para que puedas cumplir tus objetivos sin dilaciones. Además, deberías saberlo ya… nadie realmente se va, mientras no olvides…

- Pero, ya queda tan poco… ¿no me permitirás acompañarte a los Puertos? – mi voz sonó un tanto desesperada.

- Si no vas a tomar un barco, es mejor que no te presentes.

- Pero…

– No pienses en mi partida, mi amada hérincë, porque ya es inevitable. Es momento para que te decidas y luego descanses. Mañana mismo dejarás Caras Galadhon, apenas el sol abrillante las hojas de los mallorn. Por eso ahora debes dirigirte al flet de Nimloth una vez más y pasar la noche allí. Yo misma iré a buscarte cuando amanezca.

Me puse de pie inmediatamente, soltando la mano de la Dama. Sonreí al pensar en que podría ver a mis amigas elfas una vez más antes de partir. Pero me asaltó la duda nuevamente.

– ¿Con quién viajaré mañana?

Galadriel se levantó también, y mientras caminaba por el sendero que llevaba a su propio flet, me dirigió una mirada de complicidad. Y lo que apareció en mi mente me puso tan feliz, que apenas me despedí decentemente de ella antes de salir corriendo camino al hogar de Nimloth.


Al llegar al pie del mallorn donde vivía Nimloth, agradecí por enésima vez que el aire de aquella tierra me permitiera correr como un elfo cualquiera y sin perder el resuello. Y eso porque (está de más decirlo, lo sé) en mi dimensión, yo no tengo ninguna habilidad deportiva, corriendo siempre fui peor que un caracol. Dejando los agradecimientos aparte, llamé con un susurro a la dueña de casa, pero ella ya se había asomado por una de las ventanas, y con los ojos relucientes, me lanzó una cuerda para subir. Máxima fue mi alegría al comprobar que Merilnen seguía allí, y también me observaba, con una mezcla de curiosidad y expectación.

– Lo sabes, ¿no? – Me preguntó, acercándose a mí, mientras Nimloth llenaba un cuenco con agua fresca.- ¿Sabes que viajaré contigo?

– Nárendur... ¿puedes creer que apenas he escuchado rumores de su existencia? – comentó Nimloth, entregándome el cuenco con agua. Yo la miré, atónita. Ella sonrió levemente y se encogió de hombros.- Por supuesto que estamos al tanto de todo, pequeña.

– ¿Y qué has escuchado de él? – le pregunté con interés.

Nimloth me miró sin decir nada, y luego me dio la espalda, para ir a recoger un poco de fruta de un canasto. Merilnen echó un vistazo por la ventana, y se sentó junto a mí.

– No hay que obligar a mi hermana a contar los secretos de otro, más aún cuando son rumores – le murmuró, sabiendo que la otra elfa podía escucharla perfectamente.

– Más aún de alguien como Nárendur – agregó la aludida, dejando la fruta en mi regazo.

– ¿Por qué? – volví a preguntar.

La Dama Galadriel puede resolver tus dudas, pero si no desea hacerlo, es porque debes descubrirlo tú sola. O con mi ayuda – dijo Merilnen, alegremente. Ella amaba y respetaba a Galadriel casi tanto o más que yo, y por lo tanto, sabía que no podía pasar a llevar las reglas que su propia señora había impuesto. Pero allí estaba la incertidumbre, como en todas esas incontables ocasiones. Y antes de quedarme confortablemente dormida en el lecho que me preparara Nimloth más tarde, pensé si en todos los sitios de la Tierra Media me sentiría tan a gusto como me encontraba allí.


Aquella dorada mañana, la Señora de los Galadhrim me esperaba a los pies del mallorn, con una sonrisa leve asomada en su brillante rostro, y los brazos extendidos hacia mí, para recibirme entre ellos, como era usual. Bajé del árbol con una agilidad que me sorprendía, y permití que Galadriel me estrechara con suavidad en un último acto de cariño y complicidad. Merilnen y Nimloth bajaron tras de mí; ésta última se había preocupado de proveerme de equipaje (algo de ropa, seguramente), ya que yo había olvidado que tenía que viajar con algo más aparte de lo puesto. La elfa llevaba su acostumbrado vestido verde claro, y los cabellos castaños y radiantes lucían engalanados con las flores de la estación (nunca estuve muy segura, pero parecía como si nos hallásemos en un otoño permanente, así como en Narnia con los cien años de Largo Invierno). Merilnen usaba una vestimenta más práctica para los viajes largos, siempre de tonalidades azules, y una de esas tan famosas capas élficas de color grisáceo, abrigadoras, cómodas y admiradas por su capacidad camaleónica de camuflaje. Atrás, colgando de su espalda, estaban su arco y su carcaj con flechas. Las tres seguimos a Galadriel a través de la espesura del Bosque de Oro; nos dirigíamos, como bien sabíamos, al Naith de Lórien, dónde se acostumbraba a vendar los ojos de los extranjeros simplemente porque el lugar estaba vedado para quién no se merecía apreciar las maravillas del país del sueño. Bueno, ese dato no me importaba en lo absoluto: yo era libre de apreciar la Tierra Media como mejor me pareciera. Además, según mis sospechas, sería allí donde la Dama nos despediría. Nadie más que Merilnen y yo cruzaríamos el Nimrodel. Nimrodel, pensé yo, mientras observaba como la luz del sol llegaba al cabello de Nimloth a través de las hojas doradas. No me gustaba mucho esa historia, debía reconocerlo, y no sabía si lamentarme más por Nimrodel o por Amroth. En fin... sí, no tardamos en llegar a Cerin Amroth, y yo, pensando en amores que fracasaban por esa nimiedad llamada distancia… o por todo lo contrario. Me senté a los pies del montículo, respirando el aroma de las elanor que crecían como constelaciones  sobre un firmamento verde. Ese lugar me provocaba ganas de salir corriendo, o por lo menos, la mitad de las ganas (la otra mitad sentía el cuerpo paralizado y un agujero inexplicable en donde antes se hallaba situado un músculo llamado corazón); ¿qué demonios?
Cerin Amroth era idílico, así lo había imaginado, y sin embargo, sólo tenía ganas de huir. Aquí morirá Arwen, luego de un tiempo… en el mismo lugar en el que su corazón amó a un mortal, su cuerpo se volvió gris y seco. Me dio un escalofrío. Y pensé en Aragorn, ahora convertido en rey. ¿Sería yo capaz de ir a Gondor algún día, para conocerlo en persona? Tal vez... aunque ahora mis pasos se dirigían hacia otra dirección.

– Lilith...

Sentí que alguien susurró mi nombre. Era Galadriel. La había observado hablar muy seriamente con Merilnen mientras mi mente vagaba tal como Nimrodel por las montañas; ahora ella me llamaba a su lado, y yo, obediente, me levantaba para ir a su encuentro. Pronto me di cuenta de que no estábamos solas, el señor Celeborn también nos acompañaba, además de varios guardianes y damas de compañía. Era la despedida oficial. Merilnen se puso a mi lado izquierdo, esperando la bendición de la Dama, y Nimloth aguardó detrás, sonriente y melancólica. ¿Por qué no viajaba con nosotras?

– Hermanos, extiendan sus brazos al cielo, pues los Valar nos escuchan a través del viento, los árboles, los arroyos y los vacíos del tiempo – dijo Galadriel, con voz clara y firme, y todos abrazaron el aire, para luego extender los brazos como si fuesen alas; esa era una de las formas de recibir la bendición de Eru en sus espíritus, así compartirían la luz con nosotras, las que abandonábamos el país.- A partir de hoy, su misión es oficial. Llévenla a cabo lo mejor posible. No tienen límites salvo en sus corazones, el tiempo es de ustedes, la tierra aguantará sus pasos.

Celeborn se acercó a mi, solemnemente, y puso sobre mis hombros una capa élfica. La emoción se asomó a mis ojos, y el señor elfo sonrió ante ello.

– Recomiendo que vayas primero a la región de Arnor, las voces de Manwë susurran que posiblemente, allí encontrarás al que buscas – murmuró Celeborn en mi oído. Él siempre había sido mucho más práctico que su amada Galadriel. El problema residía en que Arnor era un territorio extenso, y pasarían meses antes de tener siquiera una pista del tal Nárendur. Sin nada que replicarle, asentí con gratitud, y él fue hacia Merilnen, para bendecirla. Luego, Galadriel volvió a tomar la palabra.

– Merilnen, Guardiana y Protectora Real de Caras Galadhon, pasas a ser a partir de este instante en la Guardiana y Protectora de esta viajera dimensional, Lilith, quién ha sido adoptada por mí y por todo el pueblo de Lórien, como amiga, hermana, hija de Eru Ilúvatar hasta que el Fuego cese de existir. Que la Luz no las abandone, porque muy a mi pesar, siguen habiendo caminos oscuros en los rincones de la Tierra Media. Acepten nuestro amor como regalo, y también nuestra compañía hasta la corriente del Nimrodel.

Nimloth se acercó a mí con rapidez, y depositó, tal como aquel otro día, una corona de niphredil sobre mi cabeza. Mi extravagante cabello comenzó a enredarse entre las flores, pero no me importó. Todo un cortejo de elfos comenzaba a caminar fluidamente hacia los límites del bosque; iban tras nosotras, la Dama y el Señor, acompañándonos en los primeros minutos de viaje al más allá. La atmósfera se llenó de risas y melodías suaves, quizás eran los elfos, quizás los pájaros que volaban de rama en rama al amanecer. Me acomodé y sujeté la capa élfica con ese broche de hoja verde y reluciente que siempre quise tener. Ahora estaba allí, al igual que tantas otras cosas que hace unos días eran sólo vahos de suspiros e ilusión.

Escuché la voz de la Cuentacuentos alzarse sobre los trinos y murmullos (los pies élficos flotaban sobre los senderos, sólo yo era capaz de rasguear el aire con el sonido de las hojas pisadas y la tierra carcajeante), era un canto que yo ya conocía, pero que nunca había escuchado en realidad. Era el adiós definitivo y el Sol parecía notarlo. Las nubes grises se extendían más allá de nuestros ojos.

(…) An sí Tintallë Varda Oiolossëo ve fanyar máryat Elentári ortanë ar ilyë tier undulávë lumbulë; ar sindanóriello caita mornië i falmalinnar imbë met... (1).

Mis ojos se humedecieron sin siquiera yo pedírselo. Merilnen puso una de sus gentiles manos sobre mi hombro más cercano. No sabía cuanto habíamos caminado, pero la canción seguía, y yo ya escuchaba el tintineo de las aguas por ahí; un árbol, dos árboles, tres árboles, cuatro... y allí estaba, el límite. El arroyo, la gran pradera. Y las montañas.

Namárië! Nai hiruvalyë Valimar... Na elyë hiruva. Namárië! (2)

Un coro de “namárië” nos llegó de lleno al corazón. La voz de Galadriel inundó mi mente.

Mára mesta (3), herincë. Aunque esto no es un adiós, es tan sólo una formalidad. Siempre, en cualquier espejo, me encontrarás. No importa cuantas tierras, cuantos infinitos de agua y sal nos separen… Namárië!

Una lágrima corrió por mi mejilla, cálida y salada. Los elfos se habían detenido, pero nosotras debíamos seguir. Yo no quería, tenía que despedirme de Nimloth, pero Merilnen me instó a continuar caminando. Cada vez desde más lejos, el bosque se transformaba en una alucinación, y los elfos se transformaban en lucecitas que apenas titilaban, puesto que su fuerza iba menguando a medida que el tiempo pasaba sobre ellos. La Cuarta Edad ya no era para ellos... debían partir a los puertos. Busqué entre ellos a Nimloth, y no la encontré. Al apagarse su voz, ella se había perdido entre sus congéneres. Quizás cuando volvería a verla.

– Pronto la veremos. Es que... no le agradan mucho las despedidas – me respondió Merilnen, también mirando hacia atrás. La Dama Blanca nos devolvía la mirada, nostálgica, poderosa.

– ¿Y por qué se quedan todos allí?

– Costumbre, deberías suponerlo. Traspasarán el límite por última vez cuando quieran marchen a los Puertos Grises, lo cual probablemente será mañana. Y desde allí, sólo les queda navegar por el Camino Recto.

La voz de Merilnen tenía tintes de tristeza. Ella era demasiado joven para abandonar. Nuestros pies cruzaron el Nimrodel, pero aún no existía carga alguna para ser aliviada de ella. Ese era el don de sus aguas, lo recordaba muy bien.

– ¿A dónde quieres ir, pequeña? – me preguntó mi amiga elfa, oteando el horizonte plagado de nubes. Parecía levemente indecisa. Para qué decir que yo también.- Sé que el señor Celeborn te recomendó ir hacia Arnor, pero, ¿qué te parece ir al Bosque Negro, antes de eso? ¿O estás harta de los elfos silvanos?

No, claro que no, le respondí en mi cabeza. De hecho, lo más fiable era ir hacia allá primero. Revisé el mapa de la Tierra Media en mi cabeza. Así era. No podíamos cruzar las montañas a menos que cruzáramos Moria, y eso ya era un imposible. Las minas se encontraban permanentemente cerradas desde que la Compañía del Anillo había realizado su trayecto utilizando esa mortal vía.

– Tendríamos que cruzar el río, entonces... – murmuré, más para mí misma.

– Sí, pero aquello no es problema. Siempre hay embarcaciones dispuestas por si alguien necesita cruzar. Las relaciones entre los elfos de Lórien y los del Bosque Negro siempre han sido muy buenas. – aclaró Merilnen, alegre.

– Ufff... – eso sonaba de maravilla. Fugazmente había pasado por mi cabeza que tendría que cruzar a nado, y aquella perspectiva me llenaba de horror. Nunca fui buena en natación. Corrección. Nunca intenté ser buena. El agua en grandes masas me daba pánico. Por suerte habría embarcaciones... Suspiré una vez más. Y otro destino se cruzó en mi mente, rápido como una flecha. – Merilnen… ¿de verdad no podemos ir a los Puertos?

- No, pequeña – contestó Merilnen, con cierta lástima en la voz.- No podemos, la Dama no lo ha permitido.

- ¿Por qué? Sólo quiero…

- Tú quieres despedirte, lo sé. Y conocer al Portador. Pero no puedes, no está en tu camino.

Sí, sentía unas ganas sublimes de conocer a Frodo, y a Gandalf por supuesto. Había adoptado la figura de Gandalf como un guía espiritual en mi mundo, y en cuanto a Frodo… era mi personaje más querido. Pero si Galadriel no lo consideraba oportuno, no podía hacer nada. Salvo albergar el deseo en mi corazón hasta que se marchitase. Miré una vez más hacia el Bosque de Oro, inquieta y triste.

Adiós, Lórinand, Valle del Oro Cantor. Adiós, Flor del Sueño, donde creí caer dormida, para despertar una, dos, tres y cuantas veces fuera necesario. Los bordes de mi blanca túnica ondeaban bajo la capa, me sentía tan sencilla, tan libre (aunque lamentaba la pérdida de mis calcetines rayados). El Bosque parpadeaba bajo la luz del sol, la lluvia se anunciaba, grisácea, sobre gran parte del cielo, y yo ya deseaba que cayera sobre mí.

– Muy bien, apresuremos el paso antes de que la lluvia nos alcance – sugirió Merilnen, mirándome de reojo. Al ver mi mueca de disgusto, soltó su típica risa cantarina.- Ya entendí, ya entendí. Nos hará bien mojarnos, ¡por todos los Valar!

No, no existían los resfríos en esta hermosa dimensión. Gracias a Eru.
Adiós, Lothlórien. La primera escala de mi maravillosa aventura había terminado.


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(1) Quenya, extracto de la Canción de Galadriel, Namárië: Pues ahora, la Iluminadora, Varda, la Reina de las Estrellas, desde el Monte Siempre Blanco ha elevado sus manos como nubes y todos los caminos se han ahogado en sombras, y la oscuridad que ha venido desde un país gris se extiende sobre las olas espumosas sobre nosotros...
(2) Quenya, otro extracto.. : ¡Adiós! Quizás encuentres Valimar. Quizás tú la encuentres. ¡Adiós!
(3) Quenya: Adiós (una forma menos usual, claro está, y quizás menos formal).
 

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