4: La Torre del Nigromante.

Relatado por Lilioshka Leliv a las 19:43
“Nuestra piel está hecha de penumbra, y si no dejamos salir al sol cada mañana, moriremos llenos de frío y miedo.”

No recuerdo que soñé, pero fue lo suficientemente poderoso como para despertarme y quitarme todo rastro de cansancio. Enfoqué la mirada en lo que tenía por sobre mí y sólo vi madera y una luz verdosa y resplandeciente, que me hizo creer por un instante que estaba durmiendo en la rama de un árbol; o más extraño aún, que todo había sido un juego de mi alocada mente y que jamás había partido de Lothlórien – o de mi casa, pero claro, mi mente tiene sus preferencias -. Deseché la idea en cuanto me di cuenta de que la madera era el cielo raso de una habitación, y que la luz verdosa se colaba por una gran ventana que tenía a mi derecha.  Me incorporé del cómodo lecho en el que estaba recostada, y ahogué una pequeña exclamación de sorpresa. ¿Dónde demonios me encontraba?

Mi mente parecía querer explotar con la cantidad de preguntas que se formulaba por segundo, pero no tuve tiempo de respondérmelas.  Justo cuando me estaba levantando para curiosear por el iluminado ventanal, con una gran enredadera a modo de cortinaje – por escasos instantes pensé que se trataba del balcón de Julieta en Verona -, se abrió una puerta que creí distinguir como parte de la pared, y apareció una alta doncella elfa, vestida de un sencillo color marrón.  Me sonrió con amabilidad al advertir la expresión de confusión que mi rostro había adoptado, y me saludó con esa mezcla de dulzura y altivez que poseen los de su raza.

- Haz vuelto del mundo de los sueños, dama Lilith. Bienvenida seas. Mi nombre es Lairelithoniel, y he estado encargada de tu reposo – al parecer, mi cara se deformó aún más, porque ella soltó un suave trino que adiviné era su risa -. Pero puedes llamarme Lairel, si todavía te cuesta manejar los rudimentos del élfico.

Sí, Lairel me acomodaba bastante más. Le agradecí el gesto inclinando levemente la cabeza, y esperé en silencio a que me dijera algo más.

- El señor Thranduil reclama tu presencia, queridísima dama – me comunicó la elfa, sin más preámbulo. – Pero creo que antes prefieres desayunar, ¿no es así?

- ¿Thranduil? – repetí, como una boba y haciendo obvia mi ignorancia del lugar en el que me encontraba. Thranduil… yo conocía ese nombre de alguna parte.  ¿No era acaso el…? ¡Sí! Debía de ser él... y yo entonces debía encontrarme en… Mil imágenes azotaron mi cabeza, repentinamente, y sentí un agudo dolor atravesando mi espina dorsal. Mi rostro se crispó por unos segundos, sin comprender que sucedía, y creí que resbalaría al suelo, cual saco de papas, pero las largas manos de Lairel me sujetaron con fuerza y me condujeron al lecho. No alcancé a sentir la mullida almohada bajo mi cabeza, porque la puerta escondida volvió a abrirse dando paso a una figura conocida.

Merilnen venía con ese habitual halo azul rodeándola, y una bandeja con frutas y una jarra con agua fresca.  Andaba a paso tranquilo, pero su miraba denotaba una chispeante preocupación. Llevaba poco tiempo siendo mi Guardiana, pero siempre había sido muy capaz de empatizar conmigo, aunque nos encontrásemos en lugares diferentes.  Dejó la bandeja a un lado, y se acercó a mí, con presteza.

- Pensé que te curarías más rápido, pequeña – fue todo lo que dijo, sin hacer preguntas obvias del estilo de “¿cómo te encuentras?”. Lairel tampoco las hizo (digamos que esos cuestionamientos básicos eran obsoletos para tamaña raza). El dolor se había ido tan rápido como había aparecido, pero sentía mis piernas temblorosas y un leve mareo. Incliné mi cabeza, para mirar mejor a Merilnen.

- ¿Curarme de qué? – pregunté, suponiendo que algo tenían que ver aquellas borrosas y oscuras imágenes en mi mente, tan negras que tuve miedo de una ceguera cerebral (si es que existía aquello).  Merilnen me sonrió, advirtiendo mi mejoría, y junto a Lairel, me levantaron de la cama muy suavemente, para vestirme y hacer que comiera un poco.

- Thranduil nos espera, Lilith. Quiere saber con exactitud todo lo que nos ocurrió – me dijo Merilnen, cuando ya me encontraba relativamente presentable y bebiendo, muy agradecida, de la jarra. Al ver que yo abriría la boca para preguntar (nuevamente) qué nos había ocurrido, me tomó de la mano, y seguidas por la amable Lairel, salimos de la verdosa habitación.

Recorrimos un estrecho pasillo, que para mi sorpresa, estaba techado con el brillante follaje de los árboles que lo rodeaban, como una arboleda en miniatura y algo más salvaje. El suelo era una alfombra de césped tierno, y mis pies descalzos gozaron con su textura; más no mi mente, que seguía alimentándose de recuerdos inconexos que no encajaban con el panorama que tenía ahora frente a mis ojos.

- Entonces, ¿este es el Bosque Negro? – solté, rompiendo el hermoso silencio con mi aguda voz, mientras observaba con asombro las enormes aves anaranjadas que volaban por encima de las copas de los árboles.

- Sí, pero creo que sería más correcto volver a llamarlo por su antiguo nombre – sonrió mi Guardiana, ralentizando su paso.- El Gran Bosque Verde.

- ¿Expulsaron la oscuridad que se había apropiado de este lugar? ¿Tan pronto? – volví a preguntar. Merilnen abandonó su sonrisa, lo que para mi significó, básicamente, un “no” rotundo.

- Lairel, ve con Thranduil y dile que no tardaremos en presentarnos ante él – le pidió la elfa de Lothlórien a la silvana, con amabilidad. Lairelithoniel se inclinó levemente, y se marchó, casi flotando, como una hoja en el viento.

- ¿Y bien? – insistí yo, cuando nos encontramos solas en aquel peculiar pasillo.

- Tú sabes tan bien como yo que hace falta mucho tiempo para que la tierra sane sus heridas, en el caso de que efectivamente, pueda hacerlo. Probablemente este Bosque, como muchos otros lugares, nunca podrá volver a ser lo que una vez fue. La Oscuridad deja huellas profundas – inevitablemente, pensé en Frodo Bolsón y en sus heridas que jamás sanarían… hasta que se marchara al Oeste. Muy pronto él tendría la oportunidad de sentirse en paz, tras la cortina de llovizna, en las blancas costas… lejos del dolor, lejos del peso de una carga tan poderosa como resultó ser el Anillo de Sauron.  ¿Cómo podría sanar un bosque? Era imposible trasladarlo a Valinor, donde nada se marchitaba. La única esperanza que cruzaba mi corazón era precisamente lo que Merilnen había dicho. Confiar en los poderes de la tierra. Ella prosiguió.- No es extraño que te cueste recordar lo que nos sucedió en el trayecto hacia acá. El Hálito Negro pudo haberte ocasionado daños más terribles.

Me quedé de una pieza y sin respiración. Algo se clavó en mi pecho, como una espina. Merilnen no me dio tiempo para reaccionar.

- La verdad es que yo tampoco me lo explico. La única razón que me hace sentido es que el Hálito haya quedado impregnado en Amon Lanc para toda la eternidad, algo que veo bastante probable. Dudo que los Úlairi hayan sobrevivido a la destrucción de su Amo.

- Espera, espera – la interrumpí, sintiéndome confusa y agotada ante esa extraña revelación.- No te estoy siguiendo. ¿Me dices que fui presa del Hálito Negro? ¿Cómo es posible? O sea, es posible, pero yo no… ¿Amon Lanc? Sagrado Eru, ¡pero si eso es…!

- ¡No digas ese nombre! En este lugar no hay cabida para la oscuridad – exclamó Merilnen, alarmada. Tomó con delicadeza una de mis manos y acercó su rostro al mío, poniendo sus ojos color plata a la misma altura que los míos, oscuros y turbados.- Lilith, por todos los Valar, necesito que vayas a tu interior y hagas un esfuerzo por recordar. Hay… algo, un espacio en blanco que yo no soy capaz de contarle a Thranduil. Algo que te ocurrió exclusivamente a ti. No, no me preguntes que fue, yo… solamente te vi allí…

- ¿Allí donde? – mi voz era apenas un hilillo, una convulsión seca en mi garganta.

- En lo alto… de la Torre del Nigromante.


Habíamos cruzado el Río Grande, el Anduin, hace unos dos o tres días, y nos hallábamos armando nuestro campamento  ya alejadas de los lindes del Bosque Negro. Nuestro plan – o en verdad, el plan de Merilnen, siendo ella la guía experta – era alcanzar el camino de Rhovanion y continuar por él hacia el norte, donde los elfos silvanos vivían, cerca de los hombres de Esgaroth y los enanos de Erebor, la Montaña Solitaria. Si todo resultaba como esperábamos, llegaríamos a nuestro destino con tranquilidad y a tiempo.

Ésa noche, mientras yo calentaba mis manos junto a la pequeña fogata – sí, lejos de Lórien el frío volvía a afectarme - , Merilnen oteaba hacia todas direcciones desde un montículo no muy grande cercano al campamento. Estaba silenciosa, y eso me inquietaba, porque para ser una elfa, siempre había sido bastante amena en su conversación. Me pregunté en qué estaría pensando. ¿Su alma estaría yendo en sentido contrario, hacia los Puertos Grises? Algo dentro de mí me indicaba que sí. La partida de su pueblo debía hacer profunda mella en su corazón. ¿Iría Nimloth con ellos? Si era así, con mayor razón deberíamos haber marchado hacia allá. Me levanté a regañadientes, dispuesta a proponerle una vez más que cambiásemos el rumbo, pero ella descendió del montículo, deteniéndome con un gesto duro.

- Será mejor que descanses, pequeña. Quédate junto al fuego, y duerme – me aconsejó.

- ¿Ocurre algo? – algo en su voz me alarmó.

- Ocurrirá si tienes miedo – me dijo mi Guardiana, enigmáticamente.- No prestes atención a los ruidos nocturnos. Este Bosque aún no es seguro, restos de oscuridad flotan entre los árboles, acechando a los viajeros inexpertos e ingenuos. Pero estás conmigo, nada pasará si dejas de temer. Duerme.

Pensé durante escasos segundos llevarle la contraria, pero no hubiera tenido sentido, así que me recosté allí mismo donde estaba, bien arrebujada en mi capa élfica, e intenté conciliar el sueño. Sin embargo, no pude hacerlo. Sentí mis ojos pesados, mi cuerpo agotado por las largas caminatas, mis pies tremendamente adoloridos, mis manos entumecidas y heladas, pero mi mente permanecía activa, terriblemente consciente de un peligro que a Merilnen parecía habérsele escapado. Una voz comenzó a sonar en mis oídos, como si viniera de muy lejos, o tal vez de una radio muy mal sintonizada.

- Lo siento…

La sensación que me produjo el reconocer aquella voz, hizo que mi corazón saltara de la impresión. Más aún sabiendo el significado de aquellas palabras. Me aferré a la capa hasta que mis nudillos me dolieron.

- Lo siento… no puedo ayudarte. Y tampoco quiero.

Quise replicar, pero obligué a mi boca a permanecer cerrada. También forcé a mis párpados para que siguieran manteniendo mi visión cerrada al mundo; pero la continua insistencia de la voz fue trastornándome. ¿Qué demonios…? Quizás estaba soñando que oía una voz en mi cabeza, la voz que menos hubiera querido escuchar allí, en la Tierra Media. Traté de dejar mi mente en blanco para poder dormir aunque fuese un par de horas, pero no lo conseguí. La voz se sintonizaba cada vez más, y parecía ajustarse a las corrientes de aire frío que inundaban la noche. Los ojos me dolían por la fuerza con que los cerraba, pero no quería vérmelas con la oscuridad. Me sentía como una niña pequeña, temerosa de las pesadillas, que se cobija bajo sus mantas para no ver qué monstruo se encuentra en su habitación. Estaba alerta a cualquier ruido, tan alerta que cuando sentí una súbita respiración junto a mi oreja, no me extrañé del todo. Sólo quedaba espacio para la angustia. Quise moverme para buscar a Merilnen, pero no me atreví ni a respirar.

- Lo siento… tal vez ahora sí sea tiempo para decirte…

¡Sagrada Elbereth! Esa… esa voz, ese aire tibio colándose por mi cuello… ¿sería posible? No, no podía ser. No, no, no. Él estaba muy lejos, muy lejos de mí. Era una jugarreta de mi mente. No, era un sueño. Despertaría. Sólo debía abrir los ojos con valentía, y…

- Quiero decirte que... no vale la pena soñar.

¿Este sueño? Claro que no. Otra vez no.

- No contigo.

Una marea de emociones fluyó por mi cuerpo, e hizo que pegara un manotazo al aire por simple impulso; pero mi mano chocó contra algo, algo duro y suave, la piel fría del pasado… No resistí más y miré a mi alrededor. La fogata estaba apagada, pero el sitio no estaba oscuro. Parecía que estuviese amaneciendo, una mañana gris que se me antojaba calma y triste, como un…

- Adiós.

Volteé mi rostro de inmediato al escuchar nuevamente la voz taciturna de ese ser que me observaba desde una distancia considerable. Algo se instaló en mi pecho, aquella sensación que había dejado de lado cuando la Dama Galadriel me permitió cruzar la frontera: Dolor.

- ¿Qué haces aquí? – mi voz apenas salió, a causa de la impresión. La única respuesta que obtuve fue el eco de mis palabras, y una sonrisa sardónica en su rostro. Reconozco que una de mis razones para marcharme era ésta, la pequeña bomba que hizo que se provocara la gran explosión – creo haber mencionado este hecho alguna vez -. ¡Ah, pero por todos los Balrogs! ¿Qué se supone que debes hacer cuando en medio del Bosque te encuentras con la única persona que alguna vez en tu miserable vida te provocó tantos daños que quisiste marcharte lejos de todo y de todos? ¿Por qué estaba él aquí, y no Merilnen? La llamé con la mente, aunque apenas podía concentrarme. Él seguía allí, como un fantasma, y sus ojos perforaban mi alma como aquella última vez que lo vi. Comencé a temblar, y creí que estaba de vuelta en aquel día, cuando la pena parecía recién pintarrajeada en mi persona. - ¿Esto es un sueño?

- Afronta la realidad. No tienes ninguna oportunidad. Ríndete.

- Estoy soñando.

- Por favor, deja de ser tan patética.

- No lo soy.

- Mírate. No tienes chance alguna. Preocúpate de sobrevivir.

- ¿Por qué vuelves? – él se estaba acercando peligrosamente hacia mí. El terror se estaba apoderando de mi corazón, pero aún así, me atreví a tomar su mano. Estaba congelada, pero no la solté. Tenía miedo, pero era otra vez ese miedo a la pérdida, a la soledad, al fracaso. Si soltaba su mano, volvería a sentirme sin hogar. Pero, ¿qué obtendría? Calor, desde luego que no.

- Suéltame.

- No.

- ¿No?

- No.

- Muy bien. Si así lo deseas…

Esas fueron sus últimas palabras. Tomó mi otra mano con fuerza, y sonrió casi con dulzura. Pero había algo tenebroso en su condescendencia, en la forma en la que escrutaba mi rostro, algo que me sentaba terriblemente mal. De pronto, quise zafarme, pero ya era demasiado tarde. Él jaló una de mis manos y me obligó a caminar junto a él, mientras mi visión se nublaba y mis pies dejaban de sentir lo que pisaban. Oí unos pasos detrás de mí, alguien que gritaba mi nombre entre los árboles, y luego, el aire empezó a zumbar. Él tiraba de mi brazo con tal fuerza que podría habérmelo arrancado, pero tampoco le di importancia, como si todas las sensaciones hubieran disminuido al 1%. Si alguna vez hubiera estado a punto de morir de hipotermia, podría haber comparado ambas situaciones, y determinado que los síntomas eran idénticos, sumándole una abrupta ceguera y pérdida casi total de los sentidos; pero no, yo apenas era consciente de que la oscura figura que me guiaba no quería más que hacerme daño.

Por eso, cuando recuperé mis capacidades sensoriales y me encontré en un terreno yermo y tenebroso, rodeado de bruma, mi respiración se aceleró como nunca antes y el dolor atacó mi cuerpo, como fríos cuchillos penetrando mi piel. Me doblé con un chillido, y caí de rodillas, mirando hacia la oscura silueta de una fortaleza erguida sobre una colina. Alguien soltó una carcajada justo detrás de mí, y antes de que volteara para verle el rostro, descargó una patada en mi columna vertebral, haciendo que mordiera el polvo con angustia.

- ¿Qué…?

- Cállate, estúpida. Harás lo que yo te ordene, ¿está claro? Ahora, vamos.

Me tomó por el pelo de un tirón, y el grito de dolor se atascó en mi garganta al observar su rostro. ¿Quién era aquel? Sus rasgos se habían desdibujado, volviéndose grotescos y deformes, casi recordándome las formas faciales de los orcos, aunque éste ser definitivamente no era uno de ellos… ni tampoco quien me imaginaba. Las tinieblas lo rodeaban, pero pude ver como sonreía una vez más, malévolo.

- Vamos.

Siguió tirándome del cabello con fuerza, y me llevó consigo, camino a la fortaleza de la colina.
Definitivamente, yo había sido engañada.


Noté la impaciencia de Merilnen, e intenté esforzarme un poco más, pero no, no logré recordar que había sucedido luego de eso. Según ella, yo había aparecido en lo alto de la Torre, y confiaba en su testimonio, pero, ¿por qué no podía traer ese recuerdo a mi memoria? ¿Habrá sido una experiencia tal vez… traumática? No lo sé, pero si hay algo en mí que es muy cierto, es que existen ciertas lagunas en mi vida para las cuales no tengo ninguna respuesta.

-  ¡Por todos los Valar! Parecías un espectro recién convertido, no me escuchabas, no te percatabas de mi presencia. Por un instante pensé que podías padecer algún mal del sueño, y que caminabas sumida en una pesadilla, pero no tardé en presentir la presencia de otro ser que te llevaba atada hacia el interior del bosque. Traté de ir a buscarte, pero aparecieron un par de huargos que me obligaron a seguir otra dirección. Lancé flechas por doquier, creo que casi te lastimé con una.

- ¿Huargos? ¿Aquí?

- Sí, aquí, y no eran los únicos. Cuando te perdí de vista – te desplazabas con una velocidad inusual en ti - , salieron más desde sus escondrijos. Hay rincones peligrosos en el Bosque Negro, y no todas las criaturas han sido exterminadas. Es cierto, ya apenas tenemos noticias de ellos, pero cuando ven una presa fácil de cazar, son los primeros en saltar. Además, seguían órdenes específicas, eran huargos relativamente inteligentes. Estaban protegiendo al que se apoderó de ti. – El rostro de Merilnen lucía tan serio y preocupado que incluso sentí algo de temor.- Por eso necesito que recuerdes que fue lo que ocurrió en ese trayecto…

- ¿Cómo fue que te liberaste de los huargos? – le pregunté, más pendiente de su situación que de la mía. No tenía ánimos para recordar algo tan terrible.

- Recibí ayuda – dijo la elfa, sonriendo por primera vez desde que habíamos iniciado esta conversación.- Gracias a los cazadores de Thranduil estamos aquí. Llegaron justo en el momento preciso, yo no habría podido batirme con toda la manada. Así que cuando estuve segura de no ser necesitada, fui en tu busca. Me costó seguirte la pista, porque ibas guiada por un poder sobrenatural especialmente maligno, y cuando logré encontrarte, ya era demasiado tarde. Habías traspasado un límite que yo no era capaz de atravesar.

La miré sin comprender, y por primera vez, vi un atisbo de miedo en sus ojos. Me acerqué a Merilnen, impulsivamente, con la necesidad de abrazarla, pero no me atreví.

- Los elfos tememos a la oscuridad, pequeña Lilith. Si nos adentramos en ella, perdemos algo más que nuestras habilidades… perdemos nuestro corazón. – Su voz se escuchaba débil, impropia de ella – Estamos hechos de Luz, nuestras vidas giran en torno a la gracia de Ilúvatar. El mal creado por Morgoth siempre nos ha acechado, y está dispuesto a corrompernos apenas tiene la oportunidad. Debes comprender que a lugares como ése no puedo entrar. Tú eres humana, tu alma está acostumbrada a flotar entre el sol y la sombra,  puedes soportar las tinieblas mejor que yo. Recuérdalo.

- ¿Por eso pude entrar a la Torre, y tú no?

- No sólo por eso. Ese espíritu te permitió la entrada. O más bien, te obligó a entrar por una razón en especial. Nadie es recibido en Dol Guldur si no es por algo de oscura importancia.

Mi Guardiana no me permitió hablar más. Tomó mi mano con ligereza, y me llevó hacia la sala de audiencias del Rey Thranduil. El eco de las últimas palabras de Merilnen resonaba en mi cabeza, como un tambor. “Dol Guldur…”  La Colina de la Hechicería. Oh, diablos. Diablos. ¡Diablos! ¿Y si…?

- Bienvenida, Viajera del otro mundo – me saludó una voz grave y cordial, perteneciente a un elfo de aspecto hierático, hermoso y de cabello tan platinado como el de sus súbditos. Estaba sentado sobre una silla de madera maravillosamente tallada con motivos de enredaderas, y a su alrededor, habían varios elfos que me observaban en silencio. Sumida en mis cavilaciones,  no me había dado cuenta de que ya habíamos llegado ante Thranduil, quien ahora esbozaba una sonrisa leve, melancólica, y se levantaba para acercarse a mí. Era alto como un tallo de junco, y grácil como el vuelo de un ave; en su porte se notaba la antigua sabiduría que Merilnen no poseía por ser tan joven, pero se percibía una cierta fragilidad, como si los años, a pesar de todo, hubiesen cavado hondo en su ser. – Tu alma parece un poco perdida, puedo notarlo. Pero encontrará su camino pronto.

- Señor, mi protegida no logra recordar con total cabalidad lo ocurrido en Dol Guldur – habló Merilnen, con solemnidad. – Pero confirma la existencia de una sombra maléfica que no ha abandonado el lugar.

- No es más que un espíritu, Merilnen de Lothlórien. La oscuridad no volverá a levantarse por sobre nuestras cabezas – aclaró Thranduil , y luego me miró de forma penetrante durante unos segundos que a mí me parecieron largos minutos.- Sin embargo, ella tendrá que combatir ferozmente contra sus demonios. Está destinada a ello. Todo lo que suceda, a nosotros no nos afectará… es su vida la que está en juego. Sólo su vida. Así que protégela, Merilnen, mientras te lo permita Eru.

- ¿Hasta que encuentre a Nárendur? – solté, sin pensar. Thranduil fijó nuevamente su atención en mí, y una chispa de comprensión saltó de sus almendrados ojos. Iba a decirme algo, pero las puertas-árboles de la sala de audiencias se abrieron de par en par, dando paso a dos figuras muy peculiares, y que yo no logré reconocer hasta que las tuve muy cerca de mí. Una de ellas era un elfo silvano tan parecido a Thranduil que pensé que se trataba de su hermano gemelo; pero no, el recién llegado era más apuesto y gallardo, más volátil y notoriamente más joven. Su acompañante, increíblemente era un enano,  de apariencia fiera y cabellos rojizos como los que vivían en la Montaña Solitaria. Ambos nos observaron con curiosidad, en especial a mí, que no podía sentirme más emocionada que en ese momento, cuando tenía frente a mis ojos a dos de los héroes más importantes de mi existencia plenamente dedicada a la Tierra Media. ¡Elbereth! El Rey Elfo se adelantó a saludar al elfo y al enano, con parsimonia, y yo, en un intento de calmarme, miré a Merilnen, pero ésta parecía extrañamente fuera de lugar, tal como yo. Seguía siendo ella, con su aire atípicamente alegre y su belleza de amaneceres, pero había algo, cierto detalle, que neutralizó su figura. Sus ojos, sus hermosos y vivos ojos grises, se habían dulcificado… de forma extrema.

- ¡Hojaverde, dichoso es el día que has elegido para regresar! Tu presencia, y la de maese Gimli alegran los árboles de nuestro Gran Bosque Verde – exclamó Thranduil, alzando sus brazos.

Miré a mi Guardiana otra vez. Y no me cupo duda alguna de lo que estaba ocurriéndole.

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