1: Dos Despertares en Lórinand.

Relatado por Lilioshka Leliv a las 17:49
“Sólo es capaz de realizar los sueños el que, cuando llega la hora, sabe estar despierto.”


Cuando desperté, pasé de un estado de total inconsciencia a un extremo aturdimiento. Aquél cómodo colchón de césped y hojas secas, la luz tenue, casi lunar y la brisa fresca no encajaban en los escasos recuerdos que tenía de las últimas horas; de hecho, poco y nada lograba recordar, salvo una agradable oscuridad y algo de niebla.

Me restregué los ojos, no sé para qué: los últimos rastros de sueño se habían marchado dejándome muy confusa, pero sólo por los primeros instantes. Levanté mi cabeza con lentitud, y un par de florecillas blancas cayeron de mis cabellos, los cuales no lucían desgreñados y descuidados como solía llevarlos, si no peinados y suaves. Levanté mi cuerpo por completo, y me sorprendió verme vestida con una sencilla y liviana túnica blanca. Busqué con la mirada perdida algún indicio de mis ropajes sueltos y coloridos, algún zapato o calcetín rayado, pero no lo encontré. Todo a mi alrededor pareció aclararse, luego de que mis ojos se acostumbraran a la escasa luz. De a poco comencé a recuperar la memoria y a comprender dónde me hallaba.

Árboles gigantescos, hojas grandes y doradas, voces lejanas y cantarinas, gorgoteo de agua en algún lugar, aire con un aroma delicado y desconocido. La exclamación de genuina sorpresa se me atascó en la garganta. No, no estaba en la plaza mágica como pensé en un breve segundo: estaba donde jamás pensé que me hallaría alguna vez, aún cuando existían ciertas posibilidades y esperanzas que eran continuamente desechadas por la Dama.

¡Ay, la Dama!
No sé como apareció su alta y pálida figura frente a mí, pero el hecho es que recién en ese minuto, la percibí. Parecía mimetizarse con el bosque, o confundirse con los efectos de la luz, tan unida estaba ella a su tierra. Aunque fuese así, aunque luciese tan sencilla y pequeña entre los árboles, yo comprendía que en su ausencia ese país moriría al instante, la oscuridad lo devastaría y una luz se apagaría sin que nada volviese a encenderla. Ella era el agua para la fuente, o la llama para la cerilla. El aire puro para mis pulmones llenos de smog.

Quizás el respirar aquél aire tan distinto fue lo que me provocó ese súbito mareo, o la certeza del sueño hecho realidad (o la realidad transformada en otra realidad). La Dama se acercó a mí con rapidez, y puso una de sus manos en mi frente. La sensación refrescante terminó por aliviar cualquier achaque que sufriese en el momento. Sólo conservaba una gran impresión, la que me duraría por varios días, o definitivamente por toda mi vida.

Ella no necesitó preguntarme si me sentía mejor, se notaba en mi rostro. Sin comunicarme nada, ni siquiera de forma telepática, me tomó de la mano y me guió por un sendero que mis ojos humanos no habrían percibido jamás. Sin embargo, mis pies parecían tener un estrecho contacto con ese suelo, poblado de césped y flores blancas. Con alegría pude darme cuenta de que aquéllas eran niphredil, las hermosas hermanas de Lúthien Tinúviel y que nacieron bajo su incipiente luz.  A donde desviase la vista podía observar los capullos y los mallorns, gigantescos y dorados, como si pequeños soles habitasen en ellos. Una sensación de paz se apoderó de mí, apartando la curiosidad de mi mente; esa música que sentí tan lejana comenzó a aumentar en volumen, y contrariamente parecía más suave, las voces susurraban y se mezclaban con el silencio, que parecía inalterado, natural, constante. Cada hoja dorada que caía ante nuestros pies invitaba a una nueva voz a cantar, el viento silbaba, el agua me arrullaba.  Me sentía andando en un sueño, aunque nunca había experimentado algo así en ese estado, sólo pesadillas que no cabe describir aquí. Más bien, la sensación era distinta, muy enlazada con la otra Tierra Media, que yo había aprendido a amar. Allí no existía el tiempo, o por lo menos no como yo lo percibía comúnmente. Pronto la Dama se detuvo, y yo la imité, sin saber que venía en el siguiente segundo. Frente a ella se erguía una especie de escalera muy larga y que parecía ser una extensión más de aquel mallorn, el más maravilloso que alguna vez vi. Comenzamos a ascender, escala por escala, y yo me aferraba a la barandilla, palpando y sintiendo la textura firme del tronco. El tupido follaje nos acariciaba las cabezas y los hombros, y unas pequeñas lucecitas que yo identifiqué como luciérnagas, se nos adelantaban y jugaban entre nuestros cabellos.  A mi me producen mucho vértigo las alturas, pero en aquel sitio y con semejante compañía, los miedos parecían puras nimiedades. Seguimos subiendo, cuando ya no veíamos la superficie, pero el cielo no se abría aún, completamente cubierto por las hojas del árbol, y las voces élficas se proyectaban con igual potencia. Finalmente, pisamos el último escalón y me vi enfrentada a una especie de palacete áureo y misterioso, lleno de luz, encaramado en las ramas más fuertes, una soberbia flor oculta en lo más profundo del mallorn.
La Dama, que hasta ese entonces permanecía silenciosa, se dio vuelta, y me dirigió la palabra. Su voz sonaba distinta, quizás, ¿más natural?

– Bienvenida seas, hérincë, a mi hogar. No te lo dije antes, porque tu mente aún no estaba plenamente consciente. Antiguamente fue Lórinand, el Valle del Oro Cantor. Ahora es más adecuado, tal vez, llamarlo Lothlórien, la Flor del Sueño, pues eso es: el último refugio pacífico, el breve instante antes de la pesadilla, el aliento final. Y lo digo aún sabiendo que existen otros lugares casi igualmente seguros, pero quedan muy lejos de aquí, y necesitas reposo y alegría antes de partir, a dónde sea que vayas.

– ¿A dónde sea que vaya? – pregunté, tímidamente. No sé por qué ella me intimidaba más allí que en el espejo del baño de mi casa.

– Ese ha sido tu regalo de curación, hérincë. Ir a dónde quieras ir.

Diciendo esto y sin soltar mi mano, atravesó el umbral de su gran flet, aquel que yo sentiría como refugio y consuelo aún cuando me hallase muy lejos.  


Ni siquiera me pregunté por qué esa Caras Galadhon que yo observaba por la ventana de mi habitación era tan parecida a la que yo me imaginaba. Yo sabía que lo que quisiese ver, lo vería, aún cuando hay una realidad tangible y por decirlo de alguna manera, igual para todos; tal vez por eso pasé algunos días tan sumergida en la tierra élfica, sin cuestionamientos ni dudas, fascinada.

Esa primera noche, la dama Galadriel me había llevado ante la presencia de su bienamado, el señor Celeborn, y debo decir que no fue tan ameno como esperaba, aún cuando se le aventajaba notoriamente en ese aspecto a la Dama. En realidad no sé si el término ameno sea aplicable a los elfos silvanos... bueno, muchos términos que uso cotidianamente no servirían para expresar con claridad cómo son, ni que piensan.  En fin, algo había en la forma en la que el señor de los Galadhrim me observaba, que me hacía pensar que me conocía desde hace mucho tiempo, y que igualmente yo lo conocía a él. Si tan sólo supieran que los usé como personajes para una de mis tantas historias, fue lo que se me pasó por la mente mientras cenábamos en una sala que se me hacía también muy similar a una que una vez imaginé. La Dama me miró, con una sonrisa leve, y me maldije por haber olvidado que ella era una visitante asidua en mi mente. Luego me maldije doblemente: era un principio básico el no invadir la privacidad del otro así como así, y  ella lo sabía muy bien. Pude comer más tranquila, pero todavía me sentía extraña estando allí, y me iba quedando poco a poco en blanco. Es tan raro estar relajada y vacía a la vez, se asimila mucho a una fatiga, pero sin malestar alguno. No sé por qué más adelante recordé ese primer episodio de mi aventura como una incoherencia; mi presencia era meramente absurda entre esos dos Altos Elfos, y más encima, en tamaña situación, tan confusa. Por supuesto, y como dije antes, no estaba en plena posesión de mi razonamiento como para dirigirme preguntas al respecto. El momento de lucidez había pasado, muy brevemente, cuando Galadriel me habló antes de entrar al gran flet. Después no supe más de mí misma.

Seguramente fueron semanas, sí, varias semanas, en las que mi cabeza fue un nido de pajarillos alegres, y no hice más que pasear por el Bosque de Oro, y recorrer cada parte de aquella ciudad–arboleda. Pero eso pronto dejaría de ser así. Mi bestiezuela de ilusiones recobró el sentido una mañana, y tuve que quedarme en la cama mucho tiempo más de lo presupuestado. Las preguntas me abrumaban, y no sabía como ordenarlas, ni como salir de aquella habitación tan iluminada.

Corrí al espejo enorme frente al ventanal, y me observé detenidamente. Así fue como desperté esa noche, en el bosque; vestida de blanco potente, tan simple que ni me reconocía, a excepción de ese destello de alma en mis ojos que anunciaba el regreso de algo que se había perdido hace mucho tiempo. Bostecé, sin despegar mi mirada del espejo, y a falta de lápiz y un pedazo de papel, comencé a ordenar mis ideas y preguntas en el libro de anotaciones de mi cabeza, con mucha concentración.

A ver, primero que todo, me encuentro en Lothlórien, en el flet de la Dama Galadriel y el Señor Celeborn, como huésped. No sé hace cuanto tiempo estoy aquí, pero parece que lo he dormido todo. No, no sé cual es la fecha. Tampoco sé a dónde iré después, ni si la Dama tiene algo pensado al respecto. Iré a preguntarle.

Pero cuando quise correr a su encuentro, la timidez y el temor a importunarla me vencieron. Lo único que atiné a hacer fue caminar en otra dirección. Bajé la larga escalera del mallorn y seguí hacia las afueras de Caras Galadhon, con las repentinas ansias de reflexionar todo esto, si es que la impresión me dejaba espacio.  Mientras me sentaba en el césped, frente a un arroyo, recordé la plaza mágica, mi casa, mis amigos y familiares, las visitas de la Dama, mis delirios de Tolkiendil, mi frustración transformada en amor por la vida, que luego volvió a su forma original (sumada a la pena, la ira, la desmotivación) y mi repentino viaje a ese lugar que creía conocer tan bien, porque en parte provenía de mi imaginación, pero que era extraño, tanto como lo suele ser un país extranjero o más aún. Estaba en otra versión de la misma tierra, en una dimensión más profunda. Era como la explicación que el fauno Tumnus le dio a los siete amigos de Narnia: el mundo es como una cebolla, excepto que a medida que continúas adentrándote, cada rodela es más grande que la última.  ¿Sería éste mi mundo auténtico? En ese minuto tuve la certeza de que nunca me cansaría de preguntarme aquello.

¿Por qué me encontraba allí? ¿Tanto lo había deseado, para después cuestionarlo? Es que enfrentar la realidad es más difícil que imaginarse qué pasaría sí... Bueno, obvio. Pasé años estudiando y aprendiendo acerca de la Tierra Media, y aún pensaba que eso me serviría. Claro que me serviría, pero vivir la experiencia en pleno es otra cosa. Antes de caer en lo que yo creía un sueño de días, Galadriel me había dicho que yo podría ir a donde quisiera.

Lilith, me dije. ¿A dónde quieres ir?

La pregunta se quedó pequeña frente a las miles de posibilidades que la Tierra Media me ofrecía. ¿La Dama pretendía que yo fuese mi propia guía turística? Yo no tenía claro qué hacer, y dudaba que ella quisiese tomar decisiones por mí.

Me acerqué al arroyo que corría frente a mí, y dejé que mis pies se refrescaran, mientras mis ojos recorrían incansablemente el paisaje encantado. Como le hubiese gustado observar esto a mi querida Ale, susurré para mí misma, con un poco de nostalgia. ¿Por qué no había traído a mis amigos conmigo? Hubiese sido una aventura perfecta. Ah, ¡pero sus padres no los hubiesen dejado! Y tampoco se me ocurrió preguntarle a la Dama... Digamos que la ocasión no se había presentado, y allí me encontraba yo, sin haberle dicho a nadie que me había ido. Bueno, considerando mi estado actual, lo encontrarían más o menos comprensible. Aún así, mis papás estarían muy preocupados, al igual que mis amigos, y me buscarían por toda la ciudad.  ¡Ni hablar de mi hermano! Quizás hasta me darían por muerta si no aparecía luego, pero, ¿cómo avisarles desde ese claro del bosque de Oro que yo me encontraba muy bien y que pronto volvería? Me puse a pensar en algunas alternativas para contactarlos, todas imposibles, cuando sentí un crujido a mi espalda. Me volteé con rapidez, y me encontré con dos ojos grisáceos y brillantes de curiosidad frente a mí. Me alejé un poco y pude vislumbrar que esos ojos pertenecían a un rostro luminoso, enmarcado por unos cabellos largos y oscuros, y embellecido por una expresión de alegría y paz absolutas. No sé cuanto tiempo nos observamos detenidamente, pero aunque hubiese sido sólo un segundo, me habría bastado para reconocer a ésa “desconocida”. Miré su sencillo vestido azul marino, sus finas y largas manos, la diadema resplandeciente en su frente, el extraño collar en su cuello, e intenté ahogar mi sorpresa en lo más profundo de mi ser, sin éxito. Es que, en serio... ¿podía tratarse de ella? La expresión de mi rostro debió haber sido graciosa, porque la elfa se echó a reír de inmediato. Su risa era fuerte y no logré concebir como podía ser así, tratándose de un ser élfico. Pronto se detuvo, y se sentó a mi lado; parecía dispuesta a dirigirme la palabra, pero quizás no sabía cómo. Yo no hablaba la lengua de los elfos, apenas conocía algunas palabras. Galadriel y Celeborn me hablaban en castellano, porque ésa era mi lengua materna. ¿La conocería ella?

Aiya – saludó con simpleza y una voz cantarina, como de gotitas de lluvia. Yo respondí rápidamente, tratando de parecer amable y no demasiado emocionada por su aparición. Mi voz sonaba de ultratumba comparada con la de ella.

– Eres Lilith, ¿no? – me preguntó, curiosa, y yo asentí, atónita. ¿Me había hablado en castellano? Ella soltó una carcajada leve y agregó:– ¡Ah, qué bueno que me entiendes! Pensé que no hablabas el oestron.

¿El oestron? ¿Estaba yo hablando oestron? ¡¿Y cómo?! Era imposible aprenderlo en donde yo vivía, Tolkien había dejado muy poca información al respecto. Todas las palabras que emitía eran en castellano, sin embargo, yo estaba dándome a entender en la lengua común de la Tierra Media. ¿Galadriel habría hecho algo al respecto? Ah, no podía demorar más mi conversación con ella.

– Yo me llamo Merilnen – volvió a hablar la elfa –, y soy la doncella de la Dama Galadriel, además de una de las Guardianas de Caras Galadhon.

– Sí, lo sé – se me escapó, y agregué para no parecer sospechosa: – Te he visto algunas veces en el flet de la Dama.

– ¿Sí? Pues yo creo que te he visto más veces de las que tú a mí – contestó, mirándome con fijeza. Yo comprendía que ella sabía que era la primera vez que la había visto, y extrañamente no me hizo preguntas. Es que, ¿cómo explicarle que ella era un personaje que únicamente vivía en mi versión escrita de su Tierra Media? Uf, y si era así, ¿tendría que prepararme para conocer a los tantos otros que yo creía de mi propia invención? ¡Ay, Eru!

Nos quedamos en silencio por un largo rato, hasta que ella volvió a dirigirme la palabra.

– ¿Te ha gustado Lothlórien?

Yo asentí, a falta de palabras que manifestaran todo lo que yo sentía. Aún así, ella pareció entender, y no me habló más al respecto. Pero el fulgor intenso de sus ojos no disminuyó ni un poquito. Seguramente yo era toda una novedad para Merilnen, en el sentido de ser una extranjera, claro. De ninguna manera podría haber llamado su atención con mi físico que al lado del suyo, dejaba mucho que desear. A todo esto, ¿qué hacía ella allí, conmigo? ¿Vendría a responder mis dudas?

– ¿En qué año estamos? – pregunté, cuando se me ocurrió algo que decir.

– En el año 3021 de la Tercera Edad del Sol, pequeña dama. O el primer año de la Cuarta Edad, si estuviésemos en Gondor en este momento (1) – respondió Merilnen, gentilmente. ¿Me decía pequeña dama por mi estatura o por mi edad, que por cierto, no conocía? Yo sabía que ella también era una pequeña dama, por lo menos para su pueblo. Aún no llegaba a los 3000 años de vida.  No, espera. Mi mente volvió a la respuesta que la elfa me había proporcionado, y no pude hacer menos que asombrarme.

– ¿El primer año… de la Cuarta Edad? – repetí, extrañada. No, eso no podía ser. Si hubiese sido así, entonces... ¡los elfos estaban próximos a abandonar Lothlórien! ¡O por lo menos, la mayoría de ellos! - ¿Cu-cuál es la fecha exacta?

– Iavas está llegando a su fin, pronto comenzarán los días de Firith (2) –respondió Merilnen, para luego explicarse, al notar mi poco entendimiento del calendario élfico.- Para el resto de los habitantes de la Tierra Media, estamos finalizando el mes de agosto. El otoño se aproxima…. 

Me quedé de piedra un buen rato. ¿Cuarta Edad? ¿Agosto del 3021? ¡Demonios! ¿No era en el año 3019 que el Anillo Único fue destruido, y las huestes de Sauron derrotadas? ¿Y no era este el año en que Frodo, Bilbo, Gandalf, Elrond y Galadriel zarpaban hacia las Tierras Imperecederas? Si no me equivocaba, eso tendría que ocurrir… ¡en casi un mes! ¿Qué hacía la Dama aún en Lórien? ¿Y qué pretendía llevándome a la Tierra Media, justo cuando un suceso tan importante estaba a punto de ocurrir? Iba a pellizarme una mejilla, para ver si despertaba, cuando Merilnen se levantó ágilmente, y me tomó la mano.

– Ven, vamos. Te llevaré a conocer a alguien – me invitó. Yo me puse de pie a duras penas, con las dudas pesándome en la cabeza, pero ella no me dio tregua, y me hizo correr tras su paso de gacela. Yo lo único que quería saber eran las intenciones de la Señora de Lothlórien, pero al parecer, iba a tener que esperar. Aquella elfa tenía mucho de su molde original. Si tan sólo mi querida Ale la viese, pensé, con la imagen de mi amiga en mi mente. Tanto habíamos deseado encontrar un portal que nos llevase a este lugar... Me sentí culpable. Yo había encontrado uno, y no lo compartí con ella. ¿Fue por egoísmo, por mi forzada soledad, o porque el asunto parecía tan personal? ¿Era personal, en efecto? No tuve tiempo para reflexionar más; o era eso, o quedarme muy rezagada y perder de vista a la veloz Merilnen.


-

(1)   El Año Nuevo Gondoriano es el 25 de Marzo, por la caída de Sauron, pero hay una confusión respecto a cuando comienza la IV Edad: si ese mismo año del suceso, el 3019, o el 3021. Pero en las líneas de tiempo los años aparecen así tal cual, así que yo deduzco que el 3021 es el año I. De todas formas, tiene que serlo, porque según los elfos, la IV edad comienza con la partida de los Grandes Señores (Elrond, Galadriel, Gandalf) hacia Valinor.

(2)   Iavas y Firith son los equivalentes en sindarin de Yávië y Quellë (quenya), dos meses del calendario élfico. Entre esos dos meses hay tres días sin tiempo, los Enderi, equivalentes 19, 20 y 21 de septiembre. Merilnen usa los nombres en sindarin porque a través de su padre tiene sangre de los Sindar, y por lo tanto, usa más esa lengua que la que habitualmente hablan en Lórien. 

0 symbelmynë:

Publicar un comentario

 

Ennorath Copyright © 2012 Design by Antonia Sundrani Vinte e poucos