3: El auténtico inicio.

Relatado por Lilioshka Leliv a las 21:19
"Si no es hoy, será mañana, pero debes dar el primer paso. Y a donde vayas, yo iré."


Yo sabía lo que estaba viendo en el sutil reflejo del agua estrellada. Lo sabía y no lograba hacerlo consciente, porque todo estaba escrito en el gigantesco infinito dentro de mí desde hace muchísimo tiempo, quizás desde otras épocas en las que mi existencia era diferente. Pero pensar en la reencarnación no estaba dentro de mis opciones en ese instante, no cuando lo que observaba en el espejo de Galadriel me mantenía tan ocupada y llena de sensaciones. Me hallaba inclinada sobre la fuente, con las manos aferradas en los bordes de mármol, temblorosas por la conmoción, y estaba casi segura que de un segundo a otro la punta de mi nariz tocaría el agua, deshaciéndose así cualquier visión pasada, presente o futura que la benevolente Dama quisiera mostrarme.

¡No toques el agua! me advertía dulcemente, desde algún rincón de mi mente, y yo apenas asentía, con los ojos fijos en los parajes montañosos que nacían en el espejo, y que luego se evaporaban para dar paso a un camino perdido entre los árboles, un crepúsculo detrás de una pequeña cascada, los rostros de Merilnen y Nimloth, sonrientes y cercanos, mi propia figura marcada por la luz de la luna, oteando el horizonte desde una ventana (quizás la de mi habitación en Lórien, quién sabe), las olas del mar lamiendo una playa bajo la lluvia, y (me sorprendió verlo) el espejo del baño de mi casa, pero ahora sucio y resquebrajado. ¿El portal se había destruido? Ahogué un grito de espanto y quise mirar a la Dama para pedirle una explicación, pero mis ojos no se movían de donde estaban. Finalmente, antes de que el espejo se oscureciera bajo el manto de la noche, apareció de la nada una chispa dorada que rápidamente inundó la fuente, convirtiendo la aparente frescura del agua en una calidez asombrosa que llegó hasta mi rostro como una ola, suave pero intensa, y que luego bajó por mi cuello hasta apoderarse de mi pecho, mis brazos y posteriormente todo mi cuerpo, hasta la punta de mis pies descalzos sobre el césped. Y hasta el mismo césped cedió ante la tibieza, haciendo que su humedad fuera cosa del pasado. A causa de tal fenómeno, mi respiración se volvió repentinamente irregular, pues no estaba acostumbrada ante ese tipo de estímulo, y pronto mis manos soltaron el borde del espejo, empujadas por una fuerza mayor e irresistible. La chispa dorada saltó de la fuente, como un pequeño pez bailarín, y se sumergió en el agua nuevamente, pero ahora para desaparecer por completo. Las estrellas volvieron a reflejarse en la superficie, y yo me acerqué a la Dama, con aquel calor causando pequeñas convulsiones en mi interior; todo mi cuerpo latía con fuerza, como un corazón enorme, o quizás dos. Ella se sentó sobre el pasto tierno, observándome con tranquilidad, y yo seguí su ejemplo.

Desde que habíamos abandonado el flet de Nimloth sólo habían transcurrido un par de horas, pero yo sentía que el lapso de tiempo entre aquello y esto último había sido mucho más largo. Aunque por otra parte, no podía evitar pensar en que tal vez el flujo de las horas se había detenido y ese supuesto lapso de tiempo no existía en lo absoluto. Un detalle irrelevante, sí, pero que me ponía los pelos de punta. Y mientras más me miraba Galadriel, más inquieta me sentía. ¿Cuándo me diría alguna cosa? Me dediqué a mirar el suelo, aún con esa sensación de latido gigantesco dentro de mí. Eso no era algo que pudiese esperarse de un espejo como ese. Me refiero a la chispa, claro está. Pero, ¿conocía yo a la perfección la esencia del espejo de Galadriel? Pues no. Ella sonrió, comprensiva.

- Ya temía que no apareciera la señal – dijo Galadriel, por fin.

- ¿La chispa? – pregunté yo, suponiendo que se refería a eso.

– Eso no era una chispa – respondió la Dama, imperturbable –. Era un mensaje, y gracias a él, ahora puedes ponerte en marcha.

– ¿A dónde yo quiera ir?

– Con un propósito – agregó Galadriel. Juntó sus largas y pálidas manos en su regazo, y cerró los ojos brevemente, inspirando el aire con suavidad. Sin abrir sus ojos aún, continuó hablando –. Todo lo que has visto en el espejo podría suceder. Y te digo, esas probabilidades son altas. El portal que une esta dimensión con la tuya podría ser destruido por accidente, pues así se producen la mayoría de los errores humanos. Así que por esta razón, tú te encuentras aquí: tu viaje consiste, además de sanarte a ti misma, en buscar entre todas las puertas de lo desconocido hasta hallar la indicada que lleve a tu tierra, un túnel interdimensional nuevo, ya que el espejo de tu baño quizás sea cerrado para siempre. Esto lo harás porque volverás una segunda vez, y una tercera, lo más probable. No querrás quedar aislada para siempre, nadie desea vivir así una vida tan corta como la que tienen tú y tus pares. ¿Entiendes lo que te digo? ¿Entiendes por qué debías prepararte, allá en tu hogar? Nadie que no ame su propio mundo puede ir al más allá y conjurar lo imposible.

Sí, si lo entendía. Y ella volvió a sonreírme, porque aunque sabía de la curiosidad que sentía por lo que al trayecto respectaba, también tenía conocimiento de que yo deseaba con todo mi corazón emprender un viaje que probara mi coraje y mi fuerza de voluntad. Siempre había imaginado como sería realizar algo así, una misión importante para todo el mundo, donde pasaría por peligros y riesgos impensables, donde sería testigo de maravillas y situaciones extraordinarias; pero cuando trataba de ponerlo en papel, todo se desvanecía como el humo y me quedaba sola con mis expectativas frustradas. Ahora, esta misión no tenía importancia para nadie más que para mí misma... pero, ¿realmente estaba preparada? Esos seis años en los que la Dama interrumpió sus visitas, no me sirvieron de mucho. En estos instantes de mi vida, me sentía débil y miserable. Nada propio de una aventurera o heroína.

– Eso crees tú – le respondió Galadriel a mi último pensamiento –, pero hasta el más pequeño rayo de sol ha sido capaz de entibiar un corazón, y hasta los más grandiosos señores de los Elfos se han sentido vanos y miserables bajo la mirada de los Poderes del Mundo.

– ¿Viajaré sola? – pregunté, con miedo a que me contestara con un sí.

– No puedes salir de Lothlórien en solitario, Lilith. Tampoco entrar, a menos que sea con un salvoconducto. Pero tú no entraste por la vía normal, así que no hay problemas.

– Ah, claro que no... – lo había olvidado, era un país sumergido en lo secreto –. ¿Entonces? ¿Con quién viajaré?

Hérincë, ¿todavía sientes calor en tu cuerpo? – me preguntó la Dama Blanca, evadiendo mis cuestionamientos, para variar. Yo asentí con fuerza. Aún no me había abandonado aquella extraña calidez, aunque se percibía menos intensa.- Muy bien, este es el mensaje: Búscame detrás de la cortina de la lluvia, donde el oeste es más brillante. Búscame y si no me encuentras, abre las flores del sol y yo acudiré ante ti.

Me quedé perpleja. Mientras escuchaba, mis dedos jugueteaban con la hierba, y a la vez me preguntaba como diablos no había oído aquellas palabras cuando la chispa saltó ante mí. Magia antigua, supuse para mis adentros. Magia para la cual no estaba apta, porque para ello tenía que despertar. Me tranquilicé ante la perspectiva de que en esta aventura que estaba viviendo todo podía suceder. No pregunté nada en voz alta, y dejé que la Dama continuase con lo que tuviese que decir.

– A partir de este momento, este mensaje será el norte de tu camino. Pero sólo hasta que lo encuentres. Luego deberás continuar con su compañía hasta que decida dejarte.

– ¿Encontrar a quién? – no pude aguantarme.

– A Nárendur – respondió Galadriel, pronunciando aquel nombre con una extraña reverencia –. El último servidor del Fuego Secreto en la Tierra Media.

– Pero... creí que tú... Gandalf… – comencé a balbucear, sorprendida, pero la Dama me atajó.

- Tú sabes que yo abandonaré Lórien... – me dijo con dulzura, y tomando una de mis manos.- Y Gandalf está pronto a partir, también. Nárendur es el último de nosotros y debes ir en su búsqueda. ¿Por qué no viene él a encontrarte a ti? Porque es importante que lo reconozcas por ti misma. Es parte de tu misión.

– Nárendur... – susurré, mientras sentía como los últimos latidos de calor dejaban de vibrar en mi interior. Aquel nombre sonaba extraño entre mis labios, y la pena me inundó de pronto. ¿Por qué tenía que buscarlo? Galadriel era mi guía. Galadriel era mi esperanza. Pensé en el espejo de mi casa, destrozado, e intenté dejar la pena de lado, para sustituirla por un poquito de valor. Pero no, el valor estaba demasiado oculto bajo mi piel. Siempre había sido así.

- ¿Por qué me hiciste venir justo ahora? – por fin había formulado la pregunta que me carcomía de curiosidad. - ¿Por qué ahora, que todos se van? 

- Precisamente para que puedas cumplir tus objetivos sin dilaciones. Además, deberías saberlo ya… nadie realmente se va, mientras no olvides…

- Pero, ya queda tan poco… ¿no me permitirás acompañarte a los Puertos? – mi voz sonó un tanto desesperada.

- Si no vas a tomar un barco, es mejor que no te presentes.

- Pero…

– No pienses en mi partida, mi amada hérincë, porque ya es inevitable. Es momento para que te decidas y luego descanses. Mañana mismo dejarás Caras Galadhon, apenas el sol abrillante las hojas de los mallorn. Por eso ahora debes dirigirte al flet de Nimloth una vez más y pasar la noche allí. Yo misma iré a buscarte cuando amanezca.

Me puse de pie inmediatamente, soltando la mano de la Dama. Sonreí al pensar en que podría ver a mis amigas elfas una vez más antes de partir. Pero me asaltó la duda nuevamente.

– ¿Con quién viajaré mañana?

Galadriel se levantó también, y mientras caminaba por el sendero que llevaba a su propio flet, me dirigió una mirada de complicidad. Y lo que apareció en mi mente me puso tan feliz, que apenas me despedí decentemente de ella antes de salir corriendo camino al hogar de Nimloth.


Al llegar al pie del mallorn donde vivía Nimloth, agradecí por enésima vez que el aire de aquella tierra me permitiera correr como un elfo cualquiera y sin perder el resuello. Y eso porque (está de más decirlo, lo sé) en mi dimensión, yo no tengo ninguna habilidad deportiva, corriendo siempre fui peor que un caracol. Dejando los agradecimientos aparte, llamé con un susurro a la dueña de casa, pero ella ya se había asomado por una de las ventanas, y con los ojos relucientes, me lanzó una cuerda para subir. Máxima fue mi alegría al comprobar que Merilnen seguía allí, y también me observaba, con una mezcla de curiosidad y expectación.

– Lo sabes, ¿no? – Me preguntó, acercándose a mí, mientras Nimloth llenaba un cuenco con agua fresca.- ¿Sabes que viajaré contigo?

– Nárendur... ¿puedes creer que apenas he escuchado rumores de su existencia? – comentó Nimloth, entregándome el cuenco con agua. Yo la miré, atónita. Ella sonrió levemente y se encogió de hombros.- Por supuesto que estamos al tanto de todo, pequeña.

– ¿Y qué has escuchado de él? – le pregunté con interés.

Nimloth me miró sin decir nada, y luego me dio la espalda, para ir a recoger un poco de fruta de un canasto. Merilnen echó un vistazo por la ventana, y se sentó junto a mí.

– No hay que obligar a mi hermana a contar los secretos de otro, más aún cuando son rumores – le murmuró, sabiendo que la otra elfa podía escucharla perfectamente.

– Más aún de alguien como Nárendur – agregó la aludida, dejando la fruta en mi regazo.

– ¿Por qué? – volví a preguntar.

La Dama Galadriel puede resolver tus dudas, pero si no desea hacerlo, es porque debes descubrirlo tú sola. O con mi ayuda – dijo Merilnen, alegremente. Ella amaba y respetaba a Galadriel casi tanto o más que yo, y por lo tanto, sabía que no podía pasar a llevar las reglas que su propia señora había impuesto. Pero allí estaba la incertidumbre, como en todas esas incontables ocasiones. Y antes de quedarme confortablemente dormida en el lecho que me preparara Nimloth más tarde, pensé si en todos los sitios de la Tierra Media me sentiría tan a gusto como me encontraba allí.


Aquella dorada mañana, la Señora de los Galadhrim me esperaba a los pies del mallorn, con una sonrisa leve asomada en su brillante rostro, y los brazos extendidos hacia mí, para recibirme entre ellos, como era usual. Bajé del árbol con una agilidad que me sorprendía, y permití que Galadriel me estrechara con suavidad en un último acto de cariño y complicidad. Merilnen y Nimloth bajaron tras de mí; ésta última se había preocupado de proveerme de equipaje (algo de ropa, seguramente), ya que yo había olvidado que tenía que viajar con algo más aparte de lo puesto. La elfa llevaba su acostumbrado vestido verde claro, y los cabellos castaños y radiantes lucían engalanados con las flores de la estación (nunca estuve muy segura, pero parecía como si nos hallásemos en un otoño permanente, así como en Narnia con los cien años de Largo Invierno). Merilnen usaba una vestimenta más práctica para los viajes largos, siempre de tonalidades azules, y una de esas tan famosas capas élficas de color grisáceo, abrigadoras, cómodas y admiradas por su capacidad camaleónica de camuflaje. Atrás, colgando de su espalda, estaban su arco y su carcaj con flechas. Las tres seguimos a Galadriel a través de la espesura del Bosque de Oro; nos dirigíamos, como bien sabíamos, al Naith de Lórien, dónde se acostumbraba a vendar los ojos de los extranjeros simplemente porque el lugar estaba vedado para quién no se merecía apreciar las maravillas del país del sueño. Bueno, ese dato no me importaba en lo absoluto: yo era libre de apreciar la Tierra Media como mejor me pareciera. Además, según mis sospechas, sería allí donde la Dama nos despediría. Nadie más que Merilnen y yo cruzaríamos el Nimrodel. Nimrodel, pensé yo, mientras observaba como la luz del sol llegaba al cabello de Nimloth a través de las hojas doradas. No me gustaba mucho esa historia, debía reconocerlo, y no sabía si lamentarme más por Nimrodel o por Amroth. En fin... sí, no tardamos en llegar a Cerin Amroth, y yo, pensando en amores que fracasaban por esa nimiedad llamada distancia… o por todo lo contrario. Me senté a los pies del montículo, respirando el aroma de las elanor que crecían como constelaciones  sobre un firmamento verde. Ese lugar me provocaba ganas de salir corriendo, o por lo menos, la mitad de las ganas (la otra mitad sentía el cuerpo paralizado y un agujero inexplicable en donde antes se hallaba situado un músculo llamado corazón); ¿qué demonios?
Cerin Amroth era idílico, así lo había imaginado, y sin embargo, sólo tenía ganas de huir. Aquí morirá Arwen, luego de un tiempo… en el mismo lugar en el que su corazón amó a un mortal, su cuerpo se volvió gris y seco. Me dio un escalofrío. Y pensé en Aragorn, ahora convertido en rey. ¿Sería yo capaz de ir a Gondor algún día, para conocerlo en persona? Tal vez... aunque ahora mis pasos se dirigían hacia otra dirección.

– Lilith...

Sentí que alguien susurró mi nombre. Era Galadriel. La había observado hablar muy seriamente con Merilnen mientras mi mente vagaba tal como Nimrodel por las montañas; ahora ella me llamaba a su lado, y yo, obediente, me levantaba para ir a su encuentro. Pronto me di cuenta de que no estábamos solas, el señor Celeborn también nos acompañaba, además de varios guardianes y damas de compañía. Era la despedida oficial. Merilnen se puso a mi lado izquierdo, esperando la bendición de la Dama, y Nimloth aguardó detrás, sonriente y melancólica. ¿Por qué no viajaba con nosotras?

– Hermanos, extiendan sus brazos al cielo, pues los Valar nos escuchan a través del viento, los árboles, los arroyos y los vacíos del tiempo – dijo Galadriel, con voz clara y firme, y todos abrazaron el aire, para luego extender los brazos como si fuesen alas; esa era una de las formas de recibir la bendición de Eru en sus espíritus, así compartirían la luz con nosotras, las que abandonábamos el país.- A partir de hoy, su misión es oficial. Llévenla a cabo lo mejor posible. No tienen límites salvo en sus corazones, el tiempo es de ustedes, la tierra aguantará sus pasos.

Celeborn se acercó a mi, solemnemente, y puso sobre mis hombros una capa élfica. La emoción se asomó a mis ojos, y el señor elfo sonrió ante ello.

– Recomiendo que vayas primero a la región de Arnor, las voces de Manwë susurran que posiblemente, allí encontrarás al que buscas – murmuró Celeborn en mi oído. Él siempre había sido mucho más práctico que su amada Galadriel. El problema residía en que Arnor era un territorio extenso, y pasarían meses antes de tener siquiera una pista del tal Nárendur. Sin nada que replicarle, asentí con gratitud, y él fue hacia Merilnen, para bendecirla. Luego, Galadriel volvió a tomar la palabra.

– Merilnen, Guardiana y Protectora Real de Caras Galadhon, pasas a ser a partir de este instante en la Guardiana y Protectora de esta viajera dimensional, Lilith, quién ha sido adoptada por mí y por todo el pueblo de Lórien, como amiga, hermana, hija de Eru Ilúvatar hasta que el Fuego cese de existir. Que la Luz no las abandone, porque muy a mi pesar, siguen habiendo caminos oscuros en los rincones de la Tierra Media. Acepten nuestro amor como regalo, y también nuestra compañía hasta la corriente del Nimrodel.

Nimloth se acercó a mí con rapidez, y depositó, tal como aquel otro día, una corona de niphredil sobre mi cabeza. Mi extravagante cabello comenzó a enredarse entre las flores, pero no me importó. Todo un cortejo de elfos comenzaba a caminar fluidamente hacia los límites del bosque; iban tras nosotras, la Dama y el Señor, acompañándonos en los primeros minutos de viaje al más allá. La atmósfera se llenó de risas y melodías suaves, quizás eran los elfos, quizás los pájaros que volaban de rama en rama al amanecer. Me acomodé y sujeté la capa élfica con ese broche de hoja verde y reluciente que siempre quise tener. Ahora estaba allí, al igual que tantas otras cosas que hace unos días eran sólo vahos de suspiros e ilusión.

Escuché la voz de la Cuentacuentos alzarse sobre los trinos y murmullos (los pies élficos flotaban sobre los senderos, sólo yo era capaz de rasguear el aire con el sonido de las hojas pisadas y la tierra carcajeante), era un canto que yo ya conocía, pero que nunca había escuchado en realidad. Era el adiós definitivo y el Sol parecía notarlo. Las nubes grises se extendían más allá de nuestros ojos.

(…) An sí Tintallë Varda Oiolossëo ve fanyar máryat Elentári ortanë ar ilyë tier undulávë lumbulë; ar sindanóriello caita mornië i falmalinnar imbë met... (1).

Mis ojos se humedecieron sin siquiera yo pedírselo. Merilnen puso una de sus gentiles manos sobre mi hombro más cercano. No sabía cuanto habíamos caminado, pero la canción seguía, y yo ya escuchaba el tintineo de las aguas por ahí; un árbol, dos árboles, tres árboles, cuatro... y allí estaba, el límite. El arroyo, la gran pradera. Y las montañas.

Namárië! Nai hiruvalyë Valimar... Na elyë hiruva. Namárië! (2)

Un coro de “namárië” nos llegó de lleno al corazón. La voz de Galadriel inundó mi mente.

Mára mesta (3), herincë. Aunque esto no es un adiós, es tan sólo una formalidad. Siempre, en cualquier espejo, me encontrarás. No importa cuantas tierras, cuantos infinitos de agua y sal nos separen… Namárië!

Una lágrima corrió por mi mejilla, cálida y salada. Los elfos se habían detenido, pero nosotras debíamos seguir. Yo no quería, tenía que despedirme de Nimloth, pero Merilnen me instó a continuar caminando. Cada vez desde más lejos, el bosque se transformaba en una alucinación, y los elfos se transformaban en lucecitas que apenas titilaban, puesto que su fuerza iba menguando a medida que el tiempo pasaba sobre ellos. La Cuarta Edad ya no era para ellos... debían partir a los puertos. Busqué entre ellos a Nimloth, y no la encontré. Al apagarse su voz, ella se había perdido entre sus congéneres. Quizás cuando volvería a verla.

– Pronto la veremos. Es que... no le agradan mucho las despedidas – me respondió Merilnen, también mirando hacia atrás. La Dama Blanca nos devolvía la mirada, nostálgica, poderosa.

– ¿Y por qué se quedan todos allí?

– Costumbre, deberías suponerlo. Traspasarán el límite por última vez cuando quieran marchen a los Puertos Grises, lo cual probablemente será mañana. Y desde allí, sólo les queda navegar por el Camino Recto.

La voz de Merilnen tenía tintes de tristeza. Ella era demasiado joven para abandonar. Nuestros pies cruzaron el Nimrodel, pero aún no existía carga alguna para ser aliviada de ella. Ese era el don de sus aguas, lo recordaba muy bien.

– ¿A dónde quieres ir, pequeña? – me preguntó mi amiga elfa, oteando el horizonte plagado de nubes. Parecía levemente indecisa. Para qué decir que yo también.- Sé que el señor Celeborn te recomendó ir hacia Arnor, pero, ¿qué te parece ir al Bosque Negro, antes de eso? ¿O estás harta de los elfos silvanos?

No, claro que no, le respondí en mi cabeza. De hecho, lo más fiable era ir hacia allá primero. Revisé el mapa de la Tierra Media en mi cabeza. Así era. No podíamos cruzar las montañas a menos que cruzáramos Moria, y eso ya era un imposible. Las minas se encontraban permanentemente cerradas desde que la Compañía del Anillo había realizado su trayecto utilizando esa mortal vía.

– Tendríamos que cruzar el río, entonces... – murmuré, más para mí misma.

– Sí, pero aquello no es problema. Siempre hay embarcaciones dispuestas por si alguien necesita cruzar. Las relaciones entre los elfos de Lórien y los del Bosque Negro siempre han sido muy buenas. – aclaró Merilnen, alegre.

– Ufff... – eso sonaba de maravilla. Fugazmente había pasado por mi cabeza que tendría que cruzar a nado, y aquella perspectiva me llenaba de horror. Nunca fui buena en natación. Corrección. Nunca intenté ser buena. El agua en grandes masas me daba pánico. Por suerte habría embarcaciones... Suspiré una vez más. Y otro destino se cruzó en mi mente, rápido como una flecha. – Merilnen… ¿de verdad no podemos ir a los Puertos?

- No, pequeña – contestó Merilnen, con cierta lástima en la voz.- No podemos, la Dama no lo ha permitido.

- ¿Por qué? Sólo quiero…

- Tú quieres despedirte, lo sé. Y conocer al Portador. Pero no puedes, no está en tu camino.

Sí, sentía unas ganas sublimes de conocer a Frodo, y a Gandalf por supuesto. Había adoptado la figura de Gandalf como un guía espiritual en mi mundo, y en cuanto a Frodo… era mi personaje más querido. Pero si Galadriel no lo consideraba oportuno, no podía hacer nada. Salvo albergar el deseo en mi corazón hasta que se marchitase. Miré una vez más hacia el Bosque de Oro, inquieta y triste.

Adiós, Lórinand, Valle del Oro Cantor. Adiós, Flor del Sueño, donde creí caer dormida, para despertar una, dos, tres y cuantas veces fuera necesario. Los bordes de mi blanca túnica ondeaban bajo la capa, me sentía tan sencilla, tan libre (aunque lamentaba la pérdida de mis calcetines rayados). El Bosque parpadeaba bajo la luz del sol, la lluvia se anunciaba, grisácea, sobre gran parte del cielo, y yo ya deseaba que cayera sobre mí.

– Muy bien, apresuremos el paso antes de que la lluvia nos alcance – sugirió Merilnen, mirándome de reojo. Al ver mi mueca de disgusto, soltó su típica risa cantarina.- Ya entendí, ya entendí. Nos hará bien mojarnos, ¡por todos los Valar!

No, no existían los resfríos en esta hermosa dimensión. Gracias a Eru.
Adiós, Lothlórien. La primera escala de mi maravillosa aventura había terminado.


-
(1) Quenya, extracto de la Canción de Galadriel, Namárië: Pues ahora, la Iluminadora, Varda, la Reina de las Estrellas, desde el Monte Siempre Blanco ha elevado sus manos como nubes y todos los caminos se han ahogado en sombras, y la oscuridad que ha venido desde un país gris se extiende sobre las olas espumosas sobre nosotros...
(2) Quenya, otro extracto.. : ¡Adiós! Quizás encuentres Valimar. Quizás tú la encuentres. ¡Adiós!
(3) Quenya: Adiós (una forma menos usual, claro está, y quizás menos formal).

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