5: Estelio Veleth.

Relatado por Lilioshka Leliv a las 19:30
“Ahora yacen marchitas las hojas del abeto, y una por una suspirando caen las hojas de las hayas, oscilando en el bosque de invierno.”


“Encuéntrame en los muelles.”

Estiré ambos brazos, no conseguí ver mis dedos a través de la niebla. No hacía frío, aún cuando sentía mi cuerpo húmedo y fresco. No había nada más allá. Sólo llegaban hasta mí el sonido de las olas, el olor a sal y aquella voz masculina, débil, quebrada.

“Encuéntrame en los muelles, antes de partir a la muerte.”

Una luz azulada comenzó a disipar la neblina. Vi la orilla del mar, delgada  y gris. Caminé con paso torpe hacia ella, pero siempre se veía igual de lejana. A lo lejos, la sombra de un muelle. Y una silueta de pie, inmóvil.

“Encuéntrame.”

Intenté correr, pero tropecé. La luz desapareció, y se llevó consigo todo lo demás. Desperté en mi habitación verde, con la frente sudorosa e inquieta, y con la voz aún resonando con el poder de mil yunques en mi cabeza. Me levanté de la cama y poner los pies descalzos sobre el suelo frío me sirvió para despejar la mente y repasar los últimos sucesos.

Habían pasado ya varios días desde mi audiencia ante el rey Thranduil, y el asunto acerca de Dol Guldur no se había vuelto a mencionar. Y eso, debo reconocerlo, se debía principalmente a mi reticencia a recordar lo sucedido, no porque así lo quisiera, no por lo menos de forma conciente. Estaba segura de que en las profundidades del Averno, donde mi alma se vuelve tortuosa, laberíntica y llena de manías, yo me revolcaba en el dolor como lo haría un cerdo en el barro, y repasaba con meticulosidad cada segundo de sufrimiento. Pero como verán, estamos hablando de una perforación bastante honda en las capas de mi persona, un rincón no aceptado por quien les escribe, y claramente, no tendría por qué saber yo que demonios me estaba ocurriendo y por qué no podía obtener ni siquiera un solo recuerdo de mi aventura en la Torre del Nigromante. Oh, por Eru… ¿alguien entiende de qué diablos estoy hablando? Lo único que sé, es que he usado las palabras “Eru” y “diablos” en una misma oración más de lo que puedo permitirme. Blasfemia total. En fin, continuemos.

Una semana había transcurrido – o eso creo – desde que desperté bajo los cuidados de Lairel, y supe que era lo que había ocurrido en nuestro accidentado trayecto. A medias, sí, gracias a  todo ese escándalo de mi Averno personal – o Udûn, para no cambiar tan drásticamente de mitología - , pero por lo menos había alcanzado a comprender a lo que me estaba exponiendo. Sin embargo, eso no me preocupaba tanto como otro descubrimiento que realicé ese mismo día. Algo que mi Guardiana había sabido ocultarme muy bien.

¿Cómo se supone que luce un elfo cuando está enamorado? Primero que todo, ¿los elfos se enamoran? No, no es que yo piense lo contrario, pero el término “enamoramiento” me parece demasiado mundano para ellos. Es impensable el hecho de que sientan el amor de la misma forma en que lo sienten las personas como yo,  simplemente porque a diferencia de nosotros, ellos comprenden que han sido creados por el Amor en su máxima expresión y viven por, para y con él.  En mi mundo  podríamos decir lo mismo, pero hemos cometido el lamentable error de creer que la destrucción es mucho más satisfactoria,  y el amor no parece más que una ilusión que nos hace romper en llanto cada vez que lo vemos en las películas o lo leemos en los libros. Nos hemos contentado con lo fugaz, con lo pasajero, y por eso jamás podríamos sentirnos completos y felices sumergiéndonos en la eternidad de amar algo o a alguien. Eso es precisamente lo que un elfo hace, no solamente por una decisión personal, si no porque es su naturaleza el sentir tan profunda y largamente, como profunda y larga es su vida en esta tierra y en la otra.  ¿Por qué me pregunto esto ahora? Muy rara vez he pensado en las expresiones de amor élficas, y eso es porque para las otras razas, son señales que pasan desapercibidas, como si en definitiva, no existieran. Hasta se podría pensar que los elfos son seres andróginos y totalmente desinteresados respecto al tema, pero si se convive con ellos lo suficiente, uno podrá darse cuenta de cuán equivocadas son esas elucubraciones, y que el desinterés es en realidad una capacidad de amar muy superior a la que consideramos habitual.

Y no es que mi tiempo conviviendo con elfos fuese el suficiente, pero mi conexión con Merilnen resultó lo bastante estrecha como para darme cuenta casi al vuelo que desde hace mucho tiempo guardaba sentimientos poderosos en su interior, dirigidos única y exclusivamente al Príncipe del Bosque: Legolas Hojaverde.  

Yo quería realizar una investigación. Sí, soy una persona curiosa, y las historias de amor me fascinan. Yo sabía que la historia de Merilnen tenía mucho de aquello, sobre todo mirándola a los ojos, esos ojos súbitamente tiernos y luminosos, y también llenos de nostalgia. ¿Qué habría pasado entre ellos dos? Yo necesitaba saberlo… 

Había pasado todos estos días tratando de entablar una conversación al respecto con mi guardiana, pero ella se mostraba un poco ausente.  Un día después de la llegada de Legolas, partió con un pequeño grupo de arqueros a rastrear la zona por si hallaban alguna manada de huargos deambulando, y cuando volvió (sin éxito, no habían encontrado nada), me visitó un par de veces, explicando que no podía verme muy seguido porque habían ciertas cosas que tenía que hacer, y eran una prioridad. Me pregunté si esas “ciertas cosas” tenían que ver con lo ocurrido en Dol Guldur, reuniones con el Rey del Bosque o incluso asuntos relacionados con la Dama de Lothlórien, pero no tardé en darme cuenta de que estaba totalmente equivocada.

Una mañana, la encontré sentada junto a una pequeña cascada escondida tras una muralla de robles, y su postura acongojada hizo que el pecho me doliera más fuerte que nunca. De modo que, ella había estado allí todos esos días luego de volver del “intento de cacería”. Allí, solitaria, dejando que la pena la consumiera. Eso era todo lo que yo conseguía ver, y lo que a mí me interesaba era precisamente lo que pasaba desapercibido ante mis ojos. 

Una ramita crujió bajo mis pies, y la cabellera de Merilnen ondeó suavemente hacia un lado, haciendo que su rostro quedara visible y observara directamente hacia donde yo me encontraba. Se quedó así por unos segundos, me sonrió con dulzura – sabiendo que era yo quien la espiaba, por supuesto -, e hizo un gesto para que me acercara. Al llegar donde estaba ella, pude ver que sus ojos no contenían ni una sola lágrima. Era una pena profunda, entonces…

Me senté a su lado, en una de las rocas que rodeaban la cascada. Quise decirle algo, lo que fuese, pero ninguna palabra salió de mi boca. En ese instante, toda palabra parecía prohibida, un insulto a la tristeza muda de Merilnen, pero mi curiosidad era gigante, quizás aún más avasalladora que mi empatía hacia ella, y pensé en todas esas preguntas que se iban acumulando como avalancha en mi mente. Ella sonrió levemente, adivinando mis intenciones, y tomó mi mano derecha con firmeza. Yo me sonrojé de inmediato, sintiendo vergüenza de todas las dudas que lograban reflejarse en mi rostro.

- Lo siento, yo… -balbucee, pero ella me interrumpió.

- Tranquila. Sabía que no tardarías en venir y descubrir mi ingenuo engaño.

Permanecimos en silencio un buen rato, ella con la mirada perdida en el agua que caía por la cascada, y yo mordiéndome la lengua para no decir nada incómodo. Finalmente, no pude aguantarme.

- Merilnen – al pronunciar su nombre, me arrepentí de lo que preguntaría después -. ¿Cómo… cómo conociste a Legolas?

- Larga historia, y sobre todo, muy antigua. – me respondió ella, soltando una breve risa que pasó como brisa tibia rozando mi rostro. La miré inquisitivamente, y ella rió aún más.- Es un alivio tenerte aquí, pequeña, haces que todo parezca más simple.

- ¿Y eso debería bastarme? – solté, demostrando mi relajo ante su reacción.

- No, pero no pienses que te haré un relato exhaustivo, para eso tenemos a Nimloth, y lamentablemente no está con nosotras.

- ¿Ella sabe? – mi curiosidad no tenía límites, y esperaba que en alguna ocasión, Nimloth me contase su versión de las cosas… si es que no se había marchado a los Puertos.

- Es mi hermana, es justo que lo sepa, ¿no? – fue toda su respuesta, y yo crucé los brazos, esperando más. – Está bien. ¿Cómo lo conocí? Fue una noche, en Rivendel, hace muchos inviernos atrás. Yo me encontraba en el Salón de los Relatos, junto al fuego, escuchando La Canción de Fíriel en la hermosa voz de la dama Arwen; él entró en silencio, y se sentó junto a mí, para escucharla también…

~

Ilu Ilúvatar en káre eldain a fírimoin
Ar antaróta mannar Valion: númessier.
(…)
En kárielto eldain Isil , hildin Úr-anar…
(…)
Man táre antáva nin Ilúvatar, Ilúvatar
Enyáre tar i tyel, ire Anarinya queluva? (1)



Fue entonces cuando, sin haberse visto nunca antes en sus vidas, se miraron y supieron que se conocían, y que el mundo era joven y bello todavía para ellos. Allí, en las penumbras del salón, solamente iluminados por la cálida lumbre, se reconocieron, un Elfo del Bosque, y una descendiente de la Última Casa al Este del Mar, y sus almas se conectaron, y brillaron más que el ithildin en las noches de luna llena. Así fue como Legolas del Bosque Negro y Merilnen de los Sindar intercambiaron sus votos bajo un estricto y sagrado secreto…

~

No necesité que Merilnen me dijera demasiado. Todo ocurrió en mi cabeza tal cual como había pasado: sencillo, intenso y maravilloso. Sentí como se desbordaba una lágrima de uno de mis ojos, y me apresuré en secarla. No podía quitarme la imagen de ambos elfos percibiéndose por vez primera, sentados bajo un techo de cantos y relatos, mientras las estrellas de Varda brillaban con fuerza mucho más arriba y nada se escapaba de los designios de Ilúvatar.

- Pero, si todo iba tan bien… ¿qué ocurrió?

- ¿Quién te dijo que las cosas iban bien? Podrían haber sido así, pero Eru compuso una melodía diferente para ambos – Ella se quedó un momento mirando el agua de la cascada caer, y yo respeté su silencio, sabiendo lo dificultoso que resultaba hablar de algo así. Parecía que no despegaría nunca los labios, y cuando lo hizo, me estremecí ante su dolor.- Cuando nos conocimos, yo aún vivía en Rivendel junto a mis padres, Carnistir y Elena. Al igual que tú, creía que los designios de Eru estaban completamente revelados y que Legolas y yo pasaríamos las edades del mundo juntos. Pero la eternidad es cosa seria, ¿sabes? Y ya los Elfos estaban cansados de llevarla a cuestas, lo que significó un gran peregrinaje hacia los Puertos. De vez en cuando, pequeños grupos realizan este último viaje, pero nada se le pudo comparar a esa ocasión. Rivendel nunca volvió a ser lo mismo, y yo tampoco, puesto que mis padres eligieron marchar para no volver jamás. Esto que tengo aquí – me mostró el colgante de piedra azul que llevaba al cuello – fue un regalo de ellos antes de decirme hasta pronto. Es una merilnen, una “rosa de agua”, llamada así porque brota en algunos arroyos del valle de Imladris. Es difícil de encontrar, y más aún verla florecer. Quizás algún día tenga la oportunidad de mostrártelo.

Miré la merilnen con mucha atención, sin captar nada fuera de lo común en aquella gema acuática y sencilla. ¿Qué significaría verla “florecer”? Cuando imaginé a Merilnen tiempo atrás, allá en la otra Tierra Media, nunca pensé en aquel detalle. Existían tantas cosas que había pasado por alto, incluido todo este asunto con Legolas…  Mi Guardiana continuó el relato, luego de una pausa.

- Yo, siendo tan joven, no comprendí en primera instancia por qué decidieron irse y dejarme atrás. Aunque no lo creas, sufrí, y mucho. Después de acompañarlos a los Puertos Grises, enfermé y todos pensaron que seguiría debilitándome hasta morir. Ni siquiera lo que comenzaba a sentir por Legolas pudo ayudarme con el vacío que se estaba apoderando de mí. Ahora entiendo que ellos nunca me abandonaron realmente, pero en ese entonces no pensaba lo mismo. Valinor es un regalo, y a la vez un sacrificio… que no estoy dispuesta a asumir todavía. ¿Y cómo iba a entenderlo en esos años? Al verme marchita y ausente, Lord Elrond me envió a Lothlórien, para que la Dama me sanara. Me quedé viviendo allí de forma permanente y ella me adoptó. A Legolas lo vi un par de veces, cuando visitaba brevemente Caras Galadhon, pero nada volvió a ser igual entre nosotros. Estar cerca de la muerte te cambia, pequeña Lilith, y yo cambié demasiado. Ni siquiera estaba segura de mis sentimientos hacia él, hasta su llegada hace unos días. Ahora… ahora sé que el destino puede girar y alejarse de ti, pero siempre volverá porque está escrito en las estrellas de Varda. Está en nosotros el poder de leer apropiadamente lo que habita en el firmamento.

- ¿Y quieres hacerlo? ¿Hacer realidad lo que leíste en el cielo? – pregunté, sabiendo la respuesta.

- Por supuesto, pero no depende sólo de mí. En este tipo de lazos hace falta la comunión verdadera de dos almas, no la ilusión de una  – señaló Merilnen, con una sonrisa. – Si Legolas desea retomar los votos hechos el día de nuestro primer encuentro, yo lo sabré. Pero hasta que eso no ocurra, esperaré…

Esperar. Comunión verdadera. Votos. Todo eso me quedó dando vueltas en la cabeza, al punto de producirme un suave mareo. ¿Cómo aquellas palabras podían sonar tan auténticas viniendo de Merilnen, y tan traicioneras cuando eran otros quienes las pronunciaban? Torcí mis labios en una de esas sonrisas tristes tan típicas de mí. Y recordé el espíritu de Dol Guldur.

- En mi mundo nada de eso existe – nunca supe que me incitó a decir aquello, quizás la envidia o algún vestigio de rencor. – Me refiero a la comunión verdadera de dos almas. Te hacen creer que es real, que es posible, pero una de las almas siempre está fingiendo y la otra termina cayendo en la ilusión. Te abandonan, y luego esperan a que el tiempo haga su trabajo. Como si el tiempo pudiese curar las heridas… Si un humano no sabe, ¿cómo lo va a saber el tiempo?

Merilnen no pronunció palabra alguna, y siguió escuchando mi perorata. Todo lo que me había dicho y redicho a mi misma durante meses.

- Sí, con la familia y las amistades debería bastarme. Y créeme, no hay nada más preciado para mí. Pero no puedo comparar el amor que siento por mis hermanos al que siento… es decir, sentía por… no importa. Entre los elfos existe un respeto por el otro, y si creas un lazo, es algo que dura para siempre, y donde ambas partes dan y reciben a la par, sin cuestionamientos ni dudas. Entre los seres como yo, las relaciones se crean de forma irresponsable, y siempre está el “¿por qué?” entre medio, como si una supiera con exactitud por qué ama alguien, como si una hubiese confeccionado una lista de todo lo que ama en alguien, por separado y con detalles. De un día para otro, estás relacionándote con alguien, proyectándote, queriendo hacer miles de cosas, y de pronto… el otro se aburre, decide que no es el camino que quiere seguir y te abandona en la siguiente encrucijada. ¿Y cómo lo haces para vivir con eso?

- Si allí todos los seres construyen relaciones poco fructíferas, ¿cómo es que tú eres la excepción a la regla? – se atrevió a preguntar mi Guardiana, con cierto cuidado.

- No soy la excepción a la regla – me eché a reír con amargura.- Si lo fuese, no me encontraría así como estoy.

- No entiendo – murmuró Merilnen, notoriamente desconcertada.- Creo que las reglas allá de donde vienes no son muy claras para mí. O es que tienen una concepción diferente del Amor…

- Bastante diferente.

- Ahora entiendo por qué estás rota – la elfa, una vez más, había dado en el clavo de una manera poco amable. – Te impusieron las reglas y tú las rompiste.

- Porque no es natural, Merilnen. No es natural la forma en la que los humanos comercian con sus propias emociones. Van en una eterna caravana, yendo de pueblo en pueblo, adquiriendo esclavos para luego venderlos al mejor postor. No todos somos así, no quiero que me malentiendas, pero…

No alcancé a terminar. Merilnen me estrechó entre sus brazos, y el nudo corredizo que estaba apretándose en mi garganta se deshizo en un mar de lágrimas calientes de ira. De pronto, el dique se había roto y el agua arrasaba en mi interior, mientras en el exterior, la elfa cumplía con su labor de Guardiana y me contenía, susurrándome palabras en élfico y aguardando con paciencia a que me tranquilizara.

Pasaron horas o tal vez un par de minutos, pero el sol ya había caído, y recién entonces conseguí calmarme. Me separé de Merilnen, agradecida, y me lavé el rostro en la cascada. Sin decir nada más y entendiéndonos en silencio, ambas emprendimos el camino de vuelta al palacio de Thranduil.

Ahora que me encontraba en la oscuridad de mi habitación, con la mente más despierta, me daba cuenta de la gran diferencia entre Merilnen y yo. Ella podía dilatar su dolor y repartirlo en todos los años de su existencia; tenía todo el tiempo necesario para aceptarlo, convivir con él y arriesgarse a desecharlo. Yo, al ser humana no podía darme ese lujo. Con mucha suerte llegaría a los noventa años, así que debía apresurarme en enmendar las cosas. Por lo tanto, mi dolor era tanto o más intenso que el de ella, porque debía sentirlo ahora o nunca. Ese pensamiento me hizo sentirme fuerte. ¿Y no era aquel el gran regalo de Eru a sus Segundos Hijos? La muerte. Vivir cada experiencia como si fuese la primera y la última, sin repeticiones, cada minuto diferente al otro y dar gracias por ello. Yo algún día tendría que morir, pero lo veía como un acontecimiento muy lejano en el futuro, y mientras se mantuviese así, no temería. Reflexionando eso fue como regresé al sueño del que me había despertado. “Encuéntrame en los muelles, antes de partir a la muerte.” ¿Quién estaría muriéndose? Muy dentro de mí lo sabía, pero darme la razón significaba hacer oídos sordos a la prohibición impuesta por Galadriel.

La noche dio paso al amanecer, y Lairelithoniel me encontró dormitando, sentada en el lecho y con el cuerpo entumecido. Hizo lo mismo de todas las mañanas: me levantó, me dio de beber agua fresca y dispuso un baño tibio para que me sacudiese la modorra; pero había algo diferente en su actitud. Al notar que me miraba con resquemor, me puse en guardia. ¿Qué había sucedido? No me demoré en preguntarle. Ella fue escueta en su respuesta.

- El rey Thranduil solicita tu presencia en su sala privada, inmediatamente.

Percibí la urgencia del llamado, y me apresuré en lavarme y vestirme para seguir a Lairel a la estancia donde el rey Elfo realizaba sus reuniones. Sí, al parecer era algo de suma importancia. Al llegar allí, vi que además de Thranduil, se encontraban presentes su hijo Legolas, Gimli el enano y Merilnen, entre otros nobles. Esta última tenía el semblante lleno de preocupación, pero no rehuía mi mirada, al contrario de Lairel. Ella también se quedó, junto a la puerta de entrada.

- Lilith – Thranduil pronunció mi nombre como si se tratara de una espada muy filosa, al mismo tiempo que se levantaba de su silla magníficamente tallada. Tan extraño nombre debe tener un extraño significado, ¿no es así?

Aquel comentario me tomó por sorpresa. ¿A dónde quería llegar el rey? Asentí en silencio, tratando de no parecer asombrada.

- No conozco la lengua de tu tierra, sin embargo, me gustaría conocer tu nombre – continuó Thranduil. Observé como todos los presentes se hallaban expectantes, aguardando mi respuesta. Escogí mis palabras con toda la sensatez posible.

- Lilith no es un nombre de mi país, y proviene de una lengua con la que no me encuentro familiarizada. En la Antigüedad de mi mundo, pertenecía a una diosa y significaba “Espíritu del Aire”. Pero luego, con el paso de los años, su etimología cambió, al igual que su portadora, y se transformó en “Espíritu Nocturno”.

- Dime, Lilith, ¿en qué se convirtió la antigua portadora de tu nombre? – ya no me estaba gustando el cariz que estaban tomando las cosas. Merilnen me echó una mirada rápida, quizás queriendo decirme algo que no comprendí.

- De diosa pasó a demonio, mi señor Thranduil – hablé lo más tranquilamente posible. Los elfos empezaron a murmurar, con miedo en sus voces. El rey los calló. Yo aproveché de aclarar mi información.- Pero eso ocurrió con las caídas y levantamientos de otras civilizaciones, a través de los siglos. Fue a causa de los hombres, no de las divinidades.

- Fuese como fuese en tu mundo, tu situación aquí es similar – dijo el rey Elfo, mirándome agudamente. – En un pestañear de los Valar, has pasado de humana a demonio. Según tu conveniencia, eres lo uno o lo otro. O tal vez ambos a la vez.

- Señor Thranduil, si me permite abogar por mi protegida… - interrumpió Merilnen, poniéndose de pie veloz como una de sus flechas.

- Merilnen, siéntate – esta vez fue Legolas quien habló, con una amabilidad de la que su padre era carente. No obstante, ella hizo caso omiso de la indicación.

- Ella no es un demonio – siguió la elfa, con voz segura. – Que sus demonios adquieran su forma, es algo muy diferente.

- Nadie lo ha dicho más claramente, Merilnen de Lothlórien – determinó Thranduil – aún así, sus demonios y ella vendrían a ser lo mismo, puesto que están unidos por años de convivencia. Lo quiera o no, ella es la representante de sus miedos, y por lo tanto, un demonio.

Si algo grave estaba ocurriendo, nadie era capaz de explicármelo todavía. ¿Por qué discutían si yo era o no un demonio?

- ¡Y si es un demonio, ¿qué está haciendo aquí?! – exclamó Gimli, quien había permanecido en silencio durante toda la reunión. De pronto tuve miedo de que empuñara su hacha, pero nadie portaba armas en una audiencia con Thranduil.

- Lo mismo que tú, señor enano, aceptando la hospitalidad del rey – espetó Merilnen, haciendo que se le desorbitaran los ojos a Gimli. Legolas se inclinó a susurrarle algo al oído, para calmarlo seguramente.

- ¡Debe marcharse! – dijeron los otros elfos presentes - ¡Debe librar al Bosque de esta nueva amenaza!

- Por favor, ¿alguien tendría la gentileza de explicarle a este “demonio” – enfaticé aquel término a propósito – qué es lo que está sucediendo? ¿Por qué de pronto se me obliga a partir sin saber el por qué de tal razonamiento?

El silencio se manifestó en la sala con elocuencia. Todos los elfos y el enano me miraron, inquisidores. Mi pulso se disparó sin que yo se lo permitiera. Fue Merilnen quien, en pocas palabras, me aclaró la situación. Su voz ya no era tan segura como hace unos instantes. Respiraba, un poco temblorosa.

- ¿Recuerdas quién te llevó a la Torre del Nigromante? Es un espíritu más poderoso de lo que imaginábamos… y no es el Nigromante de antaño. Eres tú, Lilith. Estás atrayendo la oscuridad sobre nosotros.





(1) Extracto de La Canción de Fíriel:

El Padre hizo el Mundo para Elfos y Mortales
y lo dejó en manos de los Señores que están en el Oeste.
(…)
Para los Elfos hicieron la Luna, para los Hombres el rojo Sol; 
(…)
¿Qué me dará el Padre, oh Padre,
en aquel día más allá del fin, cuando mi Sol se apague?

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